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Sherlock Holmes y el caso de los asaltantes que desaparecen (1ª parte)

Sherlock Holmes y el caso de los asaltantes que desaparecen (1ª parte)

Por :Covadonga Escandón Martínez

Cuando leí que a Sherlock Holmes, el personaje de Arthur Conan Doyle, no le interesaba la órbita de la Tierra, pensé que sería una buena idea hacerle colaborar con el Observatorio Real de Greenwich.

Así que, siendo miembro de los clanes “Doyle” y “Astronomía”, pensé intentarlo. Así que aquí está, en dos entregas, “El caso de los ladrones que desaparecen” – Laurance R. Doyle.

Cuando escribo sobre los casos que involucran a mi excepcional amigo, no siempre han sido los casos más profundos los que he intentado representar; las más de las veces, han sido los casos que muestran esa perspicacia y atención al detalle de las que él hacía gala. Sin embargo, algunos casos han sido tan singulares que, aunque hayan sido fáciles para mi amigo, poseían una cierta innovación que ciertamente los hace dignos de nota. Tal fue el caso de los ladrones que se esfuman.

Empezaba la tarde en nuestro hogar en el 221 de la Calle Baker y Holmes estaba entrando en un estado de melancolía en el que siempre caía cuando los casos retadores eran escasos. No había habido nada importante en la sección de crímenes de los periódicos desde hacía varios días y un frente frío que había descendido sobre Londres hacía que hasta un paseo vespertino fuera un poco incómodo.

“Holmes”, dije, “a ver qué puede decir de este hombre a partir de una pequeña fotografía que tengo”, en un débil intento por animarlo. Sabía que ese hombre había sido un primo cercano de mi esposa y que ella había mandado tomar la foto hacía ya algunos años.

“Bueno, veamos” dijo Holmes en un intento por mostrar buen humor y apenas había echado una ojeada a la foto cuando, de repente, la Sra. Hudson entró en la habitación. “Un telegrama para usted, Sr. Holmes”, dijo ella poniéndolo sobre su mano izquierda mientras él dejaba mi foto sobre la mesa. “Watson, es de Lestrade. ¡Debemos ir de inmediato! ¿Puede acompañarme en esta aventura? Agradecería su ayuda'.

“No me lo perdería por nada”, contesté. '¿Qué ha sucedido, Holmes?'
“El Banco First National de Londres ha sido asaltado esta tarde y el escape de los ladrones ha sido muy extraño.”
Recogí mi foto, tomé mi abrigo y poco después estábamos en un taxi en camino a Market Square. “Uno nunca debe nublar sus deducciones por formular escenarios sin suficiente información, Watson. Sin embargo, muchas veces he tenido dificultad para no hacerlo. Es ahora que apreciaré su pequeño intento de entretenerme”.

“Seguramente sólo pudo echarle un vistazo, Holmes. Ciertamente no espero que pueda decir mucho”.
“Muy cierto, Watson. Sólo puedo decirle que el hombre en la foto era un pariente cercano de su esposa… probablemente un primo; era estudiante cuando tomaron la foto –la cual, incidentalmente, debe haber sido tomada hace más de una década debido al color del papel; ese hombre era zurdo, había pasado algún tiempo en Oriente y definitivamente fue miembro de un equipo de remo.

“¡Por Júpiter, Holmes! Me disculpo por mi débil intento de retarlo pero ¿cómo supo, por ejemplo, que George (ese era el nombre de mi primo) pasó tiempo en Oriente?”.
“Es obvio, Watson”.

“Le aseguro que no es nada obvio para mí”, dije sacando la foto del bolsillo de mi abrigo.
“George, entonces, ha pasado suficiente tiempo en Oriente como para haber perdido un botón de su camisa y requerir que fueran reemplazados todos por los que se ven en la foto. Tienen un claro origen oriental y no están hechos de cobre o madera como suelen ser generalmente en los círculos Europeos”.

“Pero ¿qué hay sobre lo demás? ¿Que era zurdo, remaba o que era estudiante en ese entonces?”
“Es claro que un hombre que trae el reloj en el bolsillo izquierdo es zurdo. El pequeño callo en el dedo medio izquierdo lo enfatiza ya que indica que escribía mucho. Esto atrajo mi atención a sus manos, las cuales tienen callosidades peculiares que se producen al remar. Ahora bien, ¿cómo puede un hombre escribir mucho y aún así tener las manos callosas a menos de que sea un estudiante quien aparte de tomar clases es miembro del equipo de remo?”

“¡Increíble, Holmes! ¿Y cómo supo que era mi primo?”
“¿Adivinando un poco? Realmente no tanto ya que en el pañuelo tenía lo que parece ser el monograma de la familia de su esposa. Usted nunca ha mencionado tener un cuñado de esta edad por lo que supuse que tendría que ser un pariente cercano. Me temo que no pude decir más por el corto tiempo que tuve para ver la foto. De cualquier modo, parece que hemos llegado a nuestro destino”.
Nos detuvimos ante el Banco First National de Londres el cual hormigueaba con policías y miembros de Scotland Yard. “Lo siento señor. No se permite el paso a nadie al edificio. Hubo un robo”, nos dijo un policía alto mientras se ponía delante de nosotros.

“¡Holmes! Gusto en verlo”, se escuchó decir a una voz desde la escalinata del banco.

“¡Ah! ¡Lestrade! ¿Qué sucede esta noche? ¿Y qué es esto de ladrones que se esfuman?”

Haciéndose a un lado, el policía sonrío e inclinó su sombrero. “Tan seguro como Scotland Yard, Holmes, no le encuentro ni pies ni cabeza a esto. Hemos buscado huellas, cosa que uno esperaría fueran obvias después de la lluvia de esta tarde. De hecho, las huellas que entran al banco sí están. Dos hombres, justo allí”, dijo guiándonos hacia una ventana lateral rota en un pequeño callejón junto al banco. “Pero por Dios que no puedo ver ninguna que salga. Seguramente la alarma sonó y el lugar quedó rodeado en unos cuantos momentos. Además hay algo raro”.

“¡Cohetes!” dijo Holmes.

“¡Pues, sí! contestó Lestrade, un poco sorprendido. “Pero ¿cómo…”
“Seguramente puede usted percibir el ligero olor a pólvora. Y esos pedacitos de papel de colores allí”.

“Bueno, sí. Cuando llegamos, lo primero que sucedió fue que durante dos minutos estallaron cohetes en ese pequeño callejón. Como para ponernos nerviosos. Pero el hombre que los puso ya se había marchado. Aunque sus huellas no se acercan a la ventana del banco así que supongo que debe haber sido una coincidencia”.
“Pocas veces creemos en coincidencias, ¿no es cierto, Watson? dijo Holmes mientras seguía las huellas hacia el callejón las cuales terminaban abruptamente al final en la siguiente calle. “Huyó en un pequeño carruaje por aquí, donde las huellas de las ruedas están tan tremendamente mezcladas” dijo Holmes. “Volvamos a las huellas principales”.

“Lestrade. ¿Hubo algún testigo?”

“Me temo que ninguno, Holmes. Pero unas cuantas personas se acercaron después de que estallaran los cohetes”.
Holmes asintió y, tomando su lupa, empezó a examinar los dos conjuntos de huellas, alrededor de las cuales estaba el vidrio roto de las ventanas. “Muy interesante… definitivamente muy interesante”, dijo. “Watson, venga un minuto. Usted pesa un poco más que yo. Venga y ponga su pie aquí en el fango. Ah, tal como lo pensé”.

“¿Qué sucede Holmes?”

“Observen el tamaño de estas pisadas. Por su espaciamiento, está claro que estaban cargando algo pesado. Aún así las huellas de sus pisadas no se hunden realmente mucho en el fango. El suelo no pudo haberse secado mucho después de la lluvia de esta tarde”.

“Los hombres no deben pesar mucho, ¿no, Holmes?”
“Watson, definitivamente está usted progresando. Pero su calzado no parece ser nada especial”. Agachándose, recogió algunos objetos pequeños de junto a las huellas. “¿Qué te parecen estos, Watson?” dijo mientras me mostraba unos pequeños objetos con forma de paja cubiertos con fango.

“Yo digo, Holmes, que esto puede ser una pista sobre el área de la que venían esos hombres, ¿no? Estas pequeñas briznas pueden haber sido traídas de otra área”.

“Difícilmente, Watson. Vea el lugar junto a las huellas del cuál las tomé. Si vinieran de las suelas fangosas, hubieran estado en las huellas mismas. ¡Ah, mire aquí!” A la izquierda de las huellas más cercanas al banco, parecía haber una pequeña mella en forma de esquina, hundida en el lodo.
“Excelente”, dijo Holmes, “parece que pusieron aquí su carga antes de subirla por la ventana del banco”.

Entrando al banco, Holmes empezó a inspeccionar el lugar. Regresó unos minutos después. “Limpiaron aquí sus zapatos antes de caminar por el banco. Usaron herramientas normales para abrir la caja fuerte. No hay huellas digitales… y sospecho que los hilos de sus guantes que he recogido serán de tipo estándar también. Estos hombres fueron muy cuidadosos aunque deben haber dejado más pistas. Aquí hay más de esas pequeñas briznas que encontramos en varios puntos entre aquí y la caja”.

“¡Está claro que hicieron un túnel para salir!” dijo Lestrade con determinación en su rostro. “Vamos a encontrar un túnel por aquí en algún sitio Sr. Holmes. No hay otro modo de escape”.
“Creo que es una buena idea buscar un túnel, Lestrade”, respondió Holmes.

“Seguramente no va a tomarlo en serio, Holmes”, susurré. “Nadie pudo tener tiempo para cavar un túnel hasta el otro lado de la calle. No vimos evidencia de una salida de túnel alrededor del banco. Las tuberías del drenaje están bastante lejos…”
“¡Ajá! ¡Aquí está!” llegó la voz de Lestrade. Saliendo hacia el otro lado de la habitación, el cual no habíamos tenido oportunidad de examinar; vimos a Lestrade y a dos policías levantando varias piezas del suelo que aparentemente se habían movido recientemente. “Bien, veamos a dónde lleva este túnel”.
“No va a ningún lado, Lestrade”, dijo Holmes, “aun así, es útil.”

“Si es solamente un hoyo”, dijo Lestrade decepcionado. “Pero, ¿qué son éstas?” Las mismas huellas de pisadas habían al parecer estado en el hoyo, pero lo que Lestrade levantaba era de lo más extraño. Sacó tres largas botellas de metal.

“Sospecho que son algún tipo de botellas de presión”, dijo Holmes. “Ciertamente es importante que los asaltantes hayan querido enterrarlas en vez de llevarlas con ellos o simplemente dejarlas por aquí. Déjeme examinar rápidamente el hoyo y después de eso creo que nuestro trabajo aquí estará terminado, Watson”. Después de un rápido vistazo, nos despedimos de Lestrade y salimos a la calle a coger un coche.

“¿Qué le parece?” pregunté a mi amigo, esperando que estuviera preparándose para pasar la noche fumando y pensando en el caso, tal y como solía hacerlo cuando se enfrentaba a un caso tan intrigante.

“Oh, el caso está casi resuelto” dijo despreocupadamente.

“¡Seguramente lo ha resuelto ya!” comenté, incrédulo.

“Watson, como lo he dicho, cuando todas las demás posibilidades han sido descartadas, lo improbable, por difícil que parezca, debe ser la verdad. Debo decir, sin embargo, que este caso es definitivamente único en toda mi experiencia.”

“Pero ¿cómo es que los hombres escaparon sin ser vistos? ¿Pueden haber regresado sobre sus huellas? ¿Y la caja? ¿Y las extrañas marcas en forma de líneas cruzadas en el fango? ¿Y el hoyo con las botellas de metal adentro?”
“Vamos Watson, usted sabe que detesto dar la respuesta antes de tiempo. Usted siempre ha disfrutado, supongo, o al menos tolerado mi gusto por lo dramático hasta ahora. Paciencia y escuchará todo. Pero le diré esto: por la manera en que estos hombres trataron de encubrir su escape, sabemos que sin duda intentarán otro asalto pronto”. Diciendo esto, llamó un carruaje.
“Cochero”, dijo Holmes, “al Observatorio Real de Greenwich. Seguramente estarán despiertos en una noche tan clara”.

“¿Qué? dije, algo más que sorprendido. “Pensé que no le interesaba la astronomía. Alguna vez dijo que no le importaba si el Sol gira alrededor de la Tierra o si la Tierra lo hace alrededor del Sol”.

“Pude ser un poco prematuro, Watson. De cualquier modo, nunca es tarde para aprender algo nuevo, ¿no?” dijo sonriendo. Los complicados caprichos de este hombre nunca dejarían de sorprenderme.
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