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Sherlock Holmes y el caso de los asaltantes que desaparecen (2ª parte)

Sherlock Holmes y el caso de los asaltantes que desaparecen (2ª parte)

Por :Covadonga Escandón Martínez

Cuando alguna vez leí que a Sherlock Holmes, el personaje de Arthur Conan Doyle, no le interesaba la órbita de la Tierra, pensé que sería una buena idea hacerle colaborar con el Observatorio Real de Greenwich.

Así que, siendo miembro de los clanes “Doyle” y “Astronomía”, pensé intentarlo. Así que aquí está, en dos entregas, “El caso de los ladrones que desaparecen” – Laurance R. Doyle.

El viaje al observatorio fue frío debido a la humedad que quedaba de la lluvia de esa tarde. Sin embargo, hacía ya un rato que estaba despejado; era casi la 1am cuando llegamos a las puertas del observatorio. Bajamos del carruaje y las estrellas se veían deslumbrantes desde esta pequeña colina londinense. Holmes llamó estruendosamente a la puerta del alto domo plateado y un amable joven nos abrió.
“Buenas noches, caballeros. ¿Puedo ayudarles? Me disculpo pero estamos muy ocupados en este momento así que les pido sean breves”.
“Por supuesto”’ dijo Holmes. “Yo soy Sherlock Holmes y este es mi colega, el Dr. Watson. Me pregunto si podríamos hablar con el astrónomo residente”. Nos guió hasta una sala de espera con varios relojes y fotografías de estrellas y nebulosas en las paredes.
“Oiga, Holmes, ¿no es una hora un tanto extraña para una visita al observatorio?”
“¿Qué mejor hora para visitar astrónomos que durante la noche?”, contestó, “Pero veo que aquí viene ya nuestro anfitrión”.

Un hombre mayor, pequeño y enérgico entró en la habitación. Traía puestas grandes gafas y un sobretodo y sujetaba varias lentes en su mano izquierda. “¡Dios mío, Patrick, vamos a perdernos el eclipse primario de Algol si no nos apuramos! ¿Puedes ayudar tú a estos caballeros?”, dijo distraídamente.
“Me disculpo si mi cálculo del tiempo no está alineado con las estrellas, Sir Barrington”, dijo Holmes, “pero si pudiera hablar con usted cinco minutos, podría ser de gran importancia”.
“Bien. Cinco minutos entonces… sígame, por favor”.
“Watson, tal vez usted y el Dr.…”
“Patrick está bien…”
“Tal vez Patrick pueda mostrarle el lugar por unos minutos”.

Vimos las fotos y le pregunté sobre el arte de la fotografía astronómica. A los cinco minutos Holmes volvió con Sir Barrington, quien sonreía. “Debo admitir, Sr. Holmes que hay algunos usos únicos para nuestro equipo”, dijo. Mientras nos marchábamos, debo decir que pocas veces he quedado tan perplejo ante los procesos mentales de mi amigo como lo estuve esa noche. Pero él meditaba en el viaje a casa y, como siempre, preferí no molestarlo.
Cuando bajé a desayunar a la mañana siguiente, mi colega ya estaba de pie. Podría ser que hubiera pasado toda la noche en su sillón de la esquina con su pipa bien llena. Sin embargo, tenía cara de satisfacción y me pasó el periódico matutino. “Sra. Hudson, ¿podría traerle algo de desayunar al Dr. Watson? Mire esto”.

El periódico estaba abierto en un artículo sobre un intercambio de oro que iba a llevarse a cabo en el Banco Westminster. “Holmes, ¿sospecha que los asaltantes que desaparecen intentarán robar esa remesa de oro?”
“Ciertamente que no, Watson. Pero creo que tratarán de robar el dinero que habrá en el banco para el intercambio. Sí, creo que es allí donde volverán a atacar”.
“Ya veo, pero ¿cuándo Holmes? ¿esta noche?”
“No lo sé. No hace muy buen tiempo. Un poco húmedo y con niebla. Podría incluso llover esta noche. Creo que podemos relajarnos por ahora. Por cierto, ¿ha visto alguna vez mi monografía sobre los distintos tipos de fibras - pelo, hierba, madera y demás- que puede usarse para identificar materiales y a veces el lugar del que proceden los objetos que los criminales han usado o han llevado al momento de un crimen? Es muy interesante”.
“¿Como las briznas de paja que encontramos en el Banco de Londres?”
“Ciertamente, Watson. Vienen de un tipo muy fuerte de paja que crece únicamente en una región de Francia y tienen un uso muy particular. Un estudio muy interesante”. Continuamos charlando del clima y un poco sobre carreras de caballos.

El día transcurrió mientras yo veía a varios de mis pacientes. Holmes se dedicó a su análisis químico de las sales del suelo. Llovió de nuevo ese día pero, para cuando nos vimos para cenar, estaba otra vez despejado. “Bella noche, ¿no, Watson? Clara y fresca. Creo que tendremos un robo esta noche, si el barómetro no nos miente”.
“Seguramente el barómetro no puede afectar las inclinaciones criminales de los hombres, Holmes”, repliqué recordando mi renovada exasperación con este misterio.
“Así es, Watson. Pero pronto lo sabremos”.
Pidiendo a Billy que subiera a nuestra habitación, Holmes envió dos telegramas, uno a Lestrade y el otro a Sir Barrington en el observatorio. Muy extraño, pensé del repentino interés de Holmes en la astronomía cuando anteriormente la había desestimado. Sí, muy extraño, pensé.
En menos de una hora llegó un telegrama. “Listo Watson, es el telegrama del observatorio. Tenemos un robo en progreso. Traiga su pistola”.
Tomamos nuestros abrigos y salimos. “Al Banco Westminster” oí a Holmes decirle al chofer.
Salimos con prisa en medio de la noche. Debo decir que yo estaba un tanto perplejo ante lo que el observatorio podría tener que ver con el asalto bancario, pero pronto llegamos y encontramos a Lestrade frente al banco. “Escaparon, Sr. Holmes. Muy extraño también”.
“¿Ya explotaron los cohetes? pregunto Holmes.
“Pues sí” dijo Lestrade, “los oímos tal y como la otra vez, justo cuando llegamos. Atrapamos a éste encendiéndolos”.
Vimos a un hombrecillo gruñendo al que sujetaba del cuello uno de los policías más grandes. Haciéndonos gestos de burla, nos dijo “Ah, así que creen haberme atrapado. Pero yo no he hecho nada. Encender unos cuántos cohetes no es un crimen”.
“Perturbar la paz sí lo es”, dijo Lestrade.
“Lo mismo que ser cómplice de un robo”, dijo Holmes. “Sabemos cómo lo hicieron. Ahora puede hacerlo más fácil para usted mismo si nos dice hacia dónde fueron sus dos cómplices. Lo sabremos de un modo u otro”.
“Yo no soy un soplón”, dijo el hombrecillo luchando por escaparse.
“Está bien, llévenselo, si ya terminó usted con él, Sr. Holmes”, dijo Lestrade y mi amigo asintió. “¿Qué es esto, Holmes? Encontramos las mismas pisadas de dos hombres entrando al banco pero ninguna saliendo. No hemos encontrado ningún túnel pero hallamos estas tres botellas de alta presión otra vez. Solo que esta vez las dejaron apresuradamente en el suelo”.
“Ah, entonces ahora sospechan que estamos tras ellos. Más vale que los atrapemos esta vez”.
“Pero se escaparon limpiamente”.
“Todavía no, Lestrade. Pero espere… esto puede ser lo que estoy esperando”.
Un jovenzuelo se acercó en bicicleta. “¡Telegrama para el Sr. Holmes!”
Era del observatorio. Holmes se tapó la boca con un dedo y lo alzó. “Sí, el viento está justo. Caballeros, al prado junto al Camino Tilsbury. ¡Rápido!”.
“Holmes”, dijo Lestrade, “estaba usted en lo cierto sobre el Banco Westminster, pero ¿por qué vamos de prisa hacia un prado a las afueras de la ciudad?”
“Porque, Lestrade, es allí donde encontraremos a nuestros asalta-bancos”, dijo Holmes, disfrutando de su perplejidad, creo. Y salimos al galope a través de la noche.

Unos minutos después llegamos al prado junto al camino justo a tiempo para ver algo increíble. Mientras nuestro carruaje aminoraba el paso, dos hombres en un canasto eran arrastrados junto a nosotros, aparentemente venían de la nada. Estaban agachados dentro del canasto y no nos vieron acercarnos para interceptarlos. El canasto rozó el suelo hasta que se volteó y los hombres cayeron junto con tres grandes bolsas. Fue entonces cuando vi que había cuerdas que ataban el canasto a un gran globo aparentemente lleno de gas o aire caliente. Rápidamente, con nuestras pistolas desenfundadas, y tomándolos totalmente por sorpresa, corrimos hasta ellos y les ordenamos que se pusieran de pie.
“Cómo diantres… si ni siquiera nosotros sabemos dónde vamos a aterrizar”, dijo uno de los hombres con cara de asombro. Al levantarse del fango, pudimos ver que estos dos hombres eran de complexión pequeña, muy apropiada para su método de escape.
“Lestrade”, dijo Holmes, “creo que encontrará el dinero del Banco Westminster en esas bolsas. No debería ser difícil recuperar los demás fondos pronto”.
“Definitivamente nos debe una explicación de todo esto Holmes”, dijo Lestrade esposando a los prisioneros. Un policía se los llevó.
“Ahora entiendo lo de las botellas de gas. Las escondieron para que no sospecháramos como había escapado. Pero ¿qué hay de los cohetes?”
“Pues ¿no hace un globo mucho ruido cuando lo empiezan a llenar con aire caliente?” dije. “Los escuché una vez en una feria dónde las botellas de gas hacía un gran estruendo al empezar a calentar el aire dentro del globo”.
“Exactamente, Watson”, dijo Holmes. “El tercer hombre encubría el ruido en el tejado con una descarga de cohetes. Claro que ahora ya ve usted que los hombres cargaban esos tanques de alta presión en el canasto del globo, el cual es la fuente de ese peculiar patrón de líneas cruzadas en el fango y también de esos briznas de paja. Cuando descubrí que los canastos para globo solamente se fabrican en cierta región de Francia y sólo se hacen de este tipo único de planta que viene de allí, confirmé mis sospechas”.
“Pero ¿cómo supo cuándo tendría lugar el segundo robo, Holmes?” pregunté.
“Definitivamente necesitaban tiempo despejado para volar pero el aire frío también les ayudó a elevarse. Le comenté a Sir Barrington en el observatorio sobre mi problema para seguirle la pista a un objeto volador sobre Londres y le pregunté si las estrellas no podrían esperar hasta que hubiéramos encontrado a este par sobre el banco”.
“¡Claro!” dije.
“Bueno, él no tuvo demasiado problema localizándolos con la brillante luna de esta noche. Su primera hazaña los volvió bastante osados. Vio su globo cuando era inflado sobre el Banco Westminster y me reportó su posición cuando estaban descendiendo. Probablemente tenían poco combustible, tuvieron que bajar muy cerca del punto donde fueron vistos por última vez y los alcanzamos a tiempo para verlos aterrizar”.
“Vaya, menuda aventura”, dijo Lestrade. “Se lo agradecemos de nuevo, Sr. Holmes”, y se marchó con los prisioneros.
“Debemos estar aún a tiempo para una cena tardía”, dijo Holmes mientras subíamos al carruaje y enfilábamos de regreso a la Calle Baker.
“Un método muy singular para huir”, dije, mientras Holmes escribía un telegrama para el observatorio. “Definitivamente le añadió una nueva dimensión a nuestras investigaciones, ¿no, Holmes?”
“Sin duda”, sonrió Holmes. “Debo admitir que aunque soy conocido por el uso de mi lupa, hasta ahora había eludido los usos criminológicos del telescopio. Sí, ciertamente, Watson, podemos decir que el negocio va hacia arriba”.
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