Los Extremófilos ¿Son tan extremistas?
Por :Liberto Brun Compte
La gran mayoría son pequeñísimos, todos son muy resistentes y bien podrían ser nuestros antecesores más lejanos.
Haciendo honor a su nombre (que es una combinación greco-latina de alguien que le encantan los extremos), los extremófilos pueden debatir y engordar en condiciones que los humanos – y muchas otras especies – considerarían fuera de todo límite. El primero de estos robustos organismos en ser descubierto, un termófilo, fue encontrado a finales de los 1960s en el Parque Nacional de Yellowstone, colgando en una de las fuentes termales. Era una bacteria con un nombre mucho más grande que ella misma:
Thermus aquaticus, (literalmente, ”residente de baños calientes”. Los nombres de las especies son, muy a menudo, sorprendentemente prosaicos cuando se les traduce)
Thermus aquaticus no solo soportó, sino que floreció en temperaturas por encima de los 71 grados C. En comparación, traten de poner su mano bajo la llave de agua caliente en casa, después de un rato de estar saliendo y sin ponerle fría. Se escaldarán la mano, pero la temperatura no excederá los 60 grados C. Esta es una prueba observable que demuestra que no somos termófilos.

Geyser Tatio, Chile
Como se presenta, Thermus aquaticus es sólo medianamente resistente en cuanto a soportar calor. Un hiper-termófilo, Pyrolobus fumarii, puede pasearse en agua a 113º C. Esto no solamente es por encima del punto de ebullición, sino que hasta reblandecería las tapicerías de un todo terreno. Otros extremófilos funcionan suavemente en fríos por debajo del punto de congelación (psicrófilos), en soluciones altamente ácidas o alcalinas (acidófilos y alcalófilos), salinas súper concentradas (halófilos) y en circunstancias demoledoras de alta presión o en zonas áridas y polvorientas (barófilos y xerófilos) Existen variedades que pueden ignorar la radiación nuclear o combinar bien con el combustible de los aviones.
Con toda franqueza, los extremófilos deberían de ser reclutados por el equipo local del SWAT, claro, si fuesen lo suficientemente grandes como para cargar armas.
Imagen: Seth Shostak
La célula resistente
¿Cómo lo logran? ¿Qué defensas se montan estas pequeñas criaturas (muchas son microbianas, aunque no todas), contra las condiciones del medio ambiente que a usted o a mí nos dejarían tostados o congelados? Hay dos estrategias fundamentales: o alzar una barrera contra los elementos o cambiar el metabolismo.
Por ejemplo, algunos halófilos se protegen a sí mismos del medio ambiente salino mediante el incremento de la concentración de sales en sus interiores. Con la salinidad a casi un mismo nivel, dentro y fuera de la célula, el halófilo no tiene porque temerle a la ósmosis de que vaya a dejarlo sin agua.
Si no podemos defendernos contra un hábitat brutal, podemos aprender a quererlo. Por ejemplo, los psicrófilos vienen equipados con proteínas especiales para adaptar su estilo de vida al frío. Algunas de estas proteínas actúan como anticongelante para bajar el punto de congelación del agua, para prevenir el congelamiento, expansión y rompimiento de la célula. Otras proteínas (enzimas) están especialmente formuladas para asegurar que la función química continuará aún cuando la temperatura disminuya hasta los dígitos más bajos del termómetro.
Muchos investigadores están buscando las formas de aprovecharse de la “inventiva Darwiniana” que ha producido estos mecanismos de defensa en estos extremófilos. Por ejemplo,
Deinococcus radiodurans que presume de un taller de reparación altamente sofisticado del ADN dentro de las diminutas paredes de sus células, es capaz de recuperarse de exposiciones de altas dosis de radiación de alta energía, simplemente arreglando el daño por sí misma. Se tienen esperanzas de que este talento pueda ser útil en lograr una manipulación de microbios que puedan limpiar los derrames radioactivos o hasta posiblemente protegernos del cáncer de piel.
Extremófilos en el Espacio
Por definición, la mayoría de los habitantes de la Tierra, no son extremistas. Los extremófilos son más la excepción que no la regla. Aún así cuando investigamos la biología en el sistema solar, esperamos que si hay formas de vida alienígenas en lugares cercanos, estas sean análogas a los extremófilos en la Tierra. Esto es simplemente porque si hablamos de acuíferos por debajo de zonas heladas, de arenas con radiación ultravioleta en Marte, o los profundos y salados mares de Europa, hablamos de ambientes tan brutales como la línea defensiva de un equipo de fútbol profesional muy sofisticada. La mayoría de la flora y la fauna del mundo perecería en estos entornos. Pero los extremófilos de la Tierra – algunos de ellos – podrían ser trasplantados a esos hábitats de otros mundos y no se darían ni por enterados.
La pregunta está menos relacionada a si los extremófilos pudiesen sobrevivir en estos recesos ecológicos de Marte o de algunas de las lunas de Júpiter y Saturno – que es muy probable – sino más bien a si pudiesen llegar a surgir ahí. El hecho de que los extremófilos puedan ser nuestros antepasados vivos más viejos aquí en la Tierra sugiere que estos organismos altamente especializados pueden aparecer de una manera muy rápida y hacerlo en los lugares más infernales que pudieran existir en mundos de sistemas solares jóvenes.
De hecho, es válido discutir que la vida en la Tierra pudo haber comenzado, no en la “pequeña charca tibia” de Charles Darwin, sino en un turbulento e hirviente geiser de un sub-océano, donde las reacciones químicas se desarrollan dura y rápidamente. Esto, por supuesto, es un hábitat que los extremófilos lo consideran como su casa. En los años 1970s, los estudios sobre el ADN revelaron que los extremófilos se ramificaron muy temprano en el árbol de la vida y que son tan viejos como la criatura que más pueda serlo. Esto es, obviamente, compatible con el punto de vista de que fueron el primer tipo de vida en surgir. Después de todo, aunque el agua hirviendo en la naturaleza se encuentra confinada en muy pocos lugares de la Tierra hoy en día, hubo un tiempo, hace más de 3 500 millones de años en que nuestro planeta estaba atiborrado de calderas hirvientes. La vida más primigenia bien pudo haber sido capaz de soportar condiciones muy duras en un mundo sudoroso. Los termófilos podrían haber preparado el camino para los millones de especies de hoy día..
Este escenario, aunque seductor, no es irrefutable. Siempre queda la posibilidad de que la vida haya surgido en condiciones más moderadas, pero casi toda ella fue arrasada por una gran roca del espacio. Los termófilos se fijaron firmemente cerca de los respiraderos hidrotérmicos a varios kilómetros de profundidad bajo los mares y se protegieron de la tragedia de la superficie y pueden haber sido los únicos supervivientes de esta catástrofe sin expediente. Ellos podrían parecer nuestros antepasados más antiguos, pues sus antecesores perecieron sin dejar rastro.
Semejantes incertidumbres son parte de la seducción de los extremófilos para el astrobiólogo. Quizás estos tipos duros sean el prototipo de toda la vida subsecuente; quizás no. Pero no existe ninguna duda que son los mejores candidatos de la Naturaleza para el plan que puede funcionar en otros mundos que conocemos. Ellos se han construido sus propios trajes espaciales.
Los extremófilos, que aquí en la Tierra son una curiosidad biológica, podrían representar la forma de vida más frecuente en el universo. Lo que es exótico y extraño en nuestro planeta puede ser una cosa natural y común en cualquier otra parte. Quizá la denominación de “extremófilos” sea demasiado provinciana y debiéramos llamarlos
Vita vulgaris