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Las estrellas de Orión cuentan la historia de la formación de nuestro sistema solar.

Las estrellas de Orión cuentan la historia de la formación de nuestro sistema solar.

Por :Michael Artime

Las estrellas de la Nebulosa de Orión centellean en el cielo de la noche. Son estrellas jóvenes, sólo de algunos millones de años, y también muy activas, enviando llamaradas enormes al espacio interestelar.


Hubo una época en que nuestro Sol era como estas jóvenes estrellas emergentes. Durante aquellos primeros días de nuestro Sistema Solar, el Sol fue también una joven estrella, animada y ostentosa.

Una imágen del cúmulo de la nebulosa de Orión tomada en rayos X por el observatorio Chandra


Nuestro Sol ha madurado mucho desde aquellos tempranos días: A sus respetables 5 mil millones de años, se ha colocado en una cómoda media edad, prefiriendo una lenta y constante combustión a los espectaculares fuegos artificiales de su juventud. Aún así, ese temprano período formativo fijó el curso para el posterior desarrollo de nuestro actual Sistema Solar. ¿Podría ser que observando a nuestros vecinos cósmicos en Orión, estuviéramos mirando la imagen de nuestro propio Sistema Solar en su infancia? ¿Están esas centelleantes estrellas enviándonos un mensaje sobre nuestros propios orígenes?

Un documento reciente presentado en la Universidad del Estado de Penn, por Eric Feigelson y un grupo de socios, en la conferencia: 'Dos Años de Ciencia con Chandra' sugiere que éste pudo ser realmente el caso. Usando el observatorio de rayos-X Chandra, que ha estado orbitando alrededor de la tierra estos últimos dos años, Feigelson y sus colegas midieron las emisiones de rayos-X del racimo de estrellas situadas en la Nebulosa de Orión. Asombrosamente, encontraron que estas estrellas envían llamaradas con alcances centenares de miles de veces más poderosos, y centenares de veces más frecuentes, que cualquier llamarada que observemos en nuestro Sol hoy en día. Esto sugiere fuertemente que el Sol, también habría enviado tales llamaradas gigantescas al Sistema Solar, en sus tempranos años de formación.

Mientras que esto es de por si interesante, también ayuda a explicar un persistente misterio sobre la formación de nuestra Sistema Solar, escondido profundamente dentro de los oscuros y extraños meteoritos conocidos como 'condritos carbonáceos.' Estos meteoritos están entre los objetos más primitivos de nuestro Sistema Solar, y son reliquias de su edad formativa, hace 5 mil millones de años. Debido a que fueron formados a partir de la nube del gas y polvo que compuso en última instancia el sol y los planetas, estos meteoritos están compuestos en su totalidad por los elementos más comunes encontrados en el Sistema Solar, por ejemplo: silicatos y carbón. Pero también contienen una pequeña cantidad de metales, que son los productos resultantes de la descomposición de unos raros isótopos radiactivos que no pueden encontrarse en ninguna otra parte del Sistema Solar.

La presencia de estos productos de deshecho en los condritos carbonáceos primitivos, significa que los meteoritos contuvieron una vez, los isótopos radiactivos que los produjeron, incluyendo berilio-10, aluminio-26, y manganeso-53. Puesto que todos estos isótopos tienen un curso de vida relativamente corto, de algunos millones de años, antes de que evolucionen en su forma descompuesta, deben haber sido incorporados en los meteoritos poco después de que fuesen formados. Esto significa que estos raros isótopos fueron formados dentro o cerca del Sistema Solar en una época próxima a la de su inicio, e incorporada en los meteoritos muy poco tiempo después de ello. ¿Pero de dónde vinieron? ¿Cómo se formaron estos raros isótopos en el temprano Sistema Solar , y qué nos dice esto sobre sus orígenes e historia?

Una teoría popular hasta ahora ha sido que los isótopos son el producto de una supernova que existió en la vecindad de la nebulosa que más tarde formaría el Sol y los planetas. La explosión de una supernova podría regar a sus vecinos con estos isótopos, lo cual explicaría su presencia en los antiguos meteoritos que encontramos hoy. Además, el razonamiento de los científicos indica que una supernova en la vecindad habría afectado a la propia formación del Sistema Solar: las ondas expansivas de la estrella que estallaba, según esta visión, colapsarían la nube de gas y conducirían finalmente a la formación del Sol y los planetas.

Visión artística del observatorio espacial de Rayos X Chandra


La ventaja de esta teoría es que explica toda la evidencia disponible. La desventaja es que la teoría está adaptada para explicar un solo caso, y arroja poca luz sobre la formación de estrellas y planetas en general. Mientras que uno puede suponer que una supernova existió en las cercanías de nuestra nebulosa solar, y que sus efectos ondulatorios son los responsables de la formación del Sol y de los planetas, uno no puede suponer que éste sea el caso para todas las estrellas del cielo. La inmensa mayoría de éstas deben haberse formado sin la ayuda de una supernova, haciendo al Sol un caso único y especial. Así que se dejaba a los científicos con una teoría basada en tenues evidencias, que era única a nuestro Sol, y no explicaba nada sobre la formación de otras estrellas. Esto, reconocieron muchos científicos, no la hace una buena teoría.

La teoría de la supernova no era la única propuesta. Una hipótesis alternativa sostenía que las partículas energéticas provenientes de las llamaradas solares golpearon ciertas partículas en el disco proto-planetario y las transformaron en estos raros isótopos. Mientras que esto explicaría los hechos, también requeriría llamaradas mucho mayores que las vistas hoy en nuestro sol, y también mucho más frecuentes. Este panorama parecía tan inverosímil como el de la supernova próxima.

Hasta este momento, eso era todo. Los nuevos datos de Chandra demuestran que las estrellas jóvenes, similares a nuestro Sol en su infancia, envían de hecho llamaradas enormes y frecuentes al espacio vecino. De hecho son lo bastante fuertes y lo bastante frecuentes como para explicar la formación de los extraños isótopos encontrados en los meteoritos.

'El estudio de Orión con el telescopio Chandra nos brinda la primera ocasión de estudiar las características de combustión en las estrellas que se asemejan al Sol cuando se formaba el Sistema Solar,' dice el profesor Feigelson. 'Encontramos un índice de llamaradas mucho más alto del esperado, suficiente para explicar la producción de muchos de los inusuales isótopos encerrados en los antiguos meteoritos. Si las estrellas jóvenes en Orión pueden hacerlo, entonces nuestro sol debe haber podido hacerlo también.”

El Sistema Solar, según parece ahora, fue formado sin la ayuda de un acontecimiento extraordinario como una supernova. La gravedad de la nebulosa solar, y la del propio Sol, bastaron para efectuar el trabajo. Éstas son buenas noticias para los científicos que buscan otros mundos similares al nuestro: si nuestro propio sistema planetario pudo formarse por sí mismo, a partir de una nebulosa de gas y polvo, entonces quizás otros muchos podrían haber hecho algo similar.

Las estrellas de la nebulosa de Orión centellean en el cielo de la noche, y de hecho nos están contando una historia: es un cuento sobre nuestros propios orígenes, e incluso sobre los mundos todavía no descubiertos. Con la ayuda de Chandra, ahora estamos aprendiendo a leer su mensaje.

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