Una señal de las estrellas
Por :Emilio González
Era el verano de 1967 y Jocelyn Bell, estudiante investigadora de radioastronomía en Cambridge, tenía un mal día. Como parte de su tesis doctoral estaba utilizando un nuevo radiotelescopio, buscando señales de variaciones interplanetarias y quasars.
Pero mientras que la investigación iba bien, una inexplicable interferencia aparecía en sus gráficos. Al principio, Bell y su consejero, Tony Hewish, pensaron que la señal debía ser una especie de interferencia terrestre. Estas molestias son normales en radioastronomía. Pero a pesar de intentarlo de todas las maneras posibles, Bell y Hewish no podían eliminar la señal. Venía de algún lugar de la galaxia.
Después de un análisis más detallado se encontraron con algo en la señal todavía más sorprendente: tenía pulsos a intervalos regulares de 3 segundos y 2/3 cada uno. ¿Que fuente de radio natural en la galaxia podría enviar una señal con una precisión tan alta? En 1967 nadie lo sabía, y los investigadores comenzaron a sospechar la posibilidad de que el origen no fuera natural. ¿Podría ser que estuvieran recibiendo una transmision de una civilización alienígena? Medio bromeando empezaron a refereirse a la fuente como 'LGM', por 'little green men' (pequeños hombres verdes).
Jocelyn Bell en el radiotelescopio de Cambridge
Cuando la noticia del descubriento se extendió, más y más astrónomos empezaron a llegar al observatorio de Cambridge. Para satisfacer el interés creciente, Jocelyn Bell pasaba cada vez más tiempo siguiendo la extraña señal y buscando otras iguales. No estaba muy contenta: 'Ahí estaba yo', recuerda 'intentando obtener el doctorado de una nueva técnica, y ¡unos tontos hombrecillos verdes escogían mi antena y mi frecuencia para comunicarse con nosotros!'.
La señal LGM al final no tenía relación con civilizaciones alienígenas. En menos de un año se detectaron varios objetos pulsantes similares. Su origen, se aceptó ampliamente, eran estrellas de neutrotes rotando velozmente, y fueron acertadamente denominados 'pulsars'.
Las estrellas radioactivas de neutrones son lugares poco prometedores para buscar vida inteligente. Aún así no es sorprendente que por un momento, Bell y Hewish consideraran en serio la posibilidad de que la señal fuera una transmisión de un mundo alienígena. En los años 60, después de todo, estaba en auge la 'Era del Espacio'. En menos de una década desde el Sputnik, los astronautas y cosmonautas abrían nuevos caminos en el espacio, cada uno intentando superar al otro. Se enviaban sondas a los planetas, y la carrera a la Luna iba a alcanzar su climax. La imaginación popular estaba saturada con la exploración espacial, con series televisivas como 'Star Trek' y 'Perdidos en el espacio' dominando las ondas. ¿Es sorprendente que los astrónomos se preguntaran si las señales que detectaban eran originadas por inteligencia de otros mundos?
Aun más siginificativo, quizás, la búsqueda de civilizaciones alienígenas se estaba conviertiendo en científicamente respetable. Gracias a un pequeño pero creciente grupo de científicos e ingenieros dedicados a buscar señales extraterrestres en los cielos, hablar de civilizaciones avanzadas en otros mundos ya no estaba reservado a las historias de ciencia ficción. La búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) se volvía una empresa científica legítima, utilizando las tecnologías disponibles más avanzadas y apoyados por algunos de los mejores astrónomos del mundo.
Cuando Bell y Hewish consideraron el origen de la señal, no necesitaron buscar lejos: en su propio campo de la radioastronomía, SETI tenía una presencia importante y creciente. Habría sido sorprendente si no se hubieran preguntado si la señal que habían encontrado accidentalmente no podía ser la señal que sus colegas buscaban tan afanosamente. ¿Cómo fue esta transformación? ¿Cómo algo de ciencia ficción pudo volverse un asunto de ciencia real 'pura'?