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SETI y las pequeñas estrellas

SETI y las pequeñas estrellas

Por :David Martínez Herrera

Mientras que SETI, como una búsqueda de alienígenas, ciertamente inspira su parte de conversación de sobremesa, también provoca muchas investigaciones astronómicas y biológicas.

Por ejemplo, para gastar nuestro tiempo de telescopio prudentemente, necesitamos conocer todo lo que podamos acerca de cómo las diferentes estrellas se comportan, y como se relaciona esto con los requerimientos para la vida.

Como las personas, las estrellas en la Galaxia son de muchos colores, tamaños, niveles de actividad, asociaciones sociales y fases de su vida. Todas las estrellas comienzan como “enanas” fusionadoras de hidrógeno, y se transforman en “gigantes” hacia el final de sus vidas cuando van agotando sus reservas de hidrógeno. El magnifico globo que ilumina nuestro mundo y soporta la vida tal como la conocemos (también conocido como el Sol), es una estrella tranquila, de mediana edad, soltera y amarilla, una de los varios miles de millones de enanas tipo-G de nuestra galaxia. Las enanas G como el Sol viven mucho tiempo, consumiendo hidrógeno establemente durante unos diez mil millones de años, y, si tienen planetas adecuados, pueden proveer ambientes saludables para sostener vida y para que florezca la tecnología.

Otras estrellas nacen con un poquito menos de masa que el Sol, y no son, naturalmente, tan calientes ni tan brillantes. Estas pequeñas estrellas son tenues, rojas y relativamente frías, cada una produciendo sólo una centésima o una milésima parte de la luz que produce el Sol. Los astrónomos las llaman enanas “M”. Si durante la fase de luna nueva condujeran lejos hacia terrenos vírgenes, lejos del resplandor de cualquier ciudad o carretera, se tendieran y cerraran los ojos durante diez minutos (¡sin miraditas!), los abrieran de nuevo, y concentrándose intensamente miraran hacia las profundidades del cielo, se darían cuenta de que no las pueden ver de ninguna manera. De hecho, la más brillante de ellas es unas 100 veces más débil de lo que se puede ver a ojo desnudo, incluso en el más oscuro de los cielos. Pero para los astrobiólogos en SETI y otras muchas instituciones, las enanas M están tomando protagonismo en un debate sobre si pueden o no ser habiestrellas, es decir, estrellas que pueden soportar un entramado de formas avanzadas de vida de igual manera que lo hace el Sol.

Objetivos Abundantes

¿Porqué deberían los científicos de SETI preocuparse de unas estrellas tan apagadas y poco espectaculares? Bueno, a pesar de su pequeño tamaño, las enanas M son tan numerosas como la arena en la playa, constituyendo quizás el 90% de todas la estrellas (y por tanto, el 90% de los posibles lugares habitables) en la galaxia.

Y esos trescientas mil millones de estrellas viven durante un tiempo extremadamente largo. De hecho, son tan parsimoniosas con su combustible que en toda la historia del Universo ninguna enana M se ha quedado sin hidrógeno que quemar. Las primeras estrellas tipo M que aparecieron todavía están brillando. Por tanto, si la vida hubiera sido capaz de establecerse en un planeta que orbitara una estrella tipo M, tendría prácticamente una eternidad para afrontar las dificultades de la existencia y evolucionar hacia la civilización más avanzada que se haya visto en este Universo. Esto suena fabuloso, pero las enanas M tienen su parte de problemas; de ahí que el debate acerca de si gastar el tiempo precioso de telescopio observándolas para SETI. El mayor problema es que sus “zonas habitables” son condenadamente pequeñas. Todas las estrellas tienen una “zona habitable”, la zona “ricitos de Oro” donde los océanos en un planeta como la Tierra nunca se congelan ni hierven. (Recuerdo maravillada como una niña que la orbita de la Tierra está tan perfectamente situada alrededor del Sol que nos garantiza agua líquida, y todavía hoy me regocijo pensando en ello). La zona habitable del Sol es relativamente amplia, extendiéndose desde 0,9 veces hasta 1.5 veces la distancia Tierra-Sol. Para las estrellas oscuras, la zona habitable es sólo una quinta parte de está anchura o incluso menor, y puede ser raro encontrar planetas orbitando exactamente en esta zona.

Incluso si hubiera un planeta en la zona habitable, para las enanas M esta zona es muy cercana a la propia estrella. Esto significa que cualquier pequeña llamarada emitida por dicha estrella seria intensamente sentida, en toda su mordaz intensidad ultravioleta, por las formas de vida subyacentes. Y desafortunadamente, las enanas M son famosas por sus llamaradas, erupcionando regularmente con energías cien veces las que el Sol puede emitir. Esto puede causar estragos en los procesos biológicos, quizás enviando toda la vida bajo tierra, o (quién sabe), quizás obligando a la evolución a desarrollar una línea de criaturas de superficie extremadamente duras.

Y si la situación necesitaba algo para ser peor, los planetas orbitando en la zona habitable de una estrella M estarán casi seguro inmovilizados por las mareas respecto a la estrella. Por ello el planeta siempre presentará la misma cara a la estrella. Mientras que un día sin fin, eterno, puede no sonar tan mal, la noche eterna en la otra cara, puede llegar a ser tan fría que primero humedecerá y luego congelará todo el aire del planeta. Por tanto, la llamada zona habitable de una enana M no es necesariamente garantía de agua líquida.

Los astrobiólogos no son tipos que se den por vencido fácilmente, y se conocen formas de rodear estas dificultades. Primero, aunque la zona habitable es estrecha, hay tal cantidad de estrellas M ahí fuera que debe haber todavía muchos más planetas habitables orbitando estrellas M que orbitando estrellas G. Segundo, algunos científicos creen que esas enormes llamaradas podrían de hecho provocar la generación de una capa de ozono más gruesa, lo que protegería a las formas de vida de sus efectos. Tercero, si esos planetas tuvieran atmósferas más gruesas, digamos el doble de densidad de la nuestra, con un poco más de dióxido de carbono como gas de invernadero, incluso con el bloqueo por mareas podría circular suficiente calor sobre la cara oscura del planeta para evitar el congelamiento atmosférico.

¡Ah, ciencia!. En un párrafo hemos rescatado 300.000 millones de estrellas de una inhabitabilidad cierta. Pensando seriamente, puede que algunas de estas cuestiones sólo puedan ser resueltas mediante el descubrimiento de un planeta de estrella M habitado. Por ahora, las enanas M sólo constituyen una pequeña fracción de la lista de objetivos de SETI, y hasta que se produzca el descubrimiento, los científicos de SETI van a tener que intentar contestar estas cuestiones con lápiz y papel. A medida que las respuestas se vayan revelando nos podemos encontrar observando estrellas M en proporción a su número.
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