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Cuando el tiempo (y la ciencia) son malos

Cuando el tiempo (y la ciencia) son malos

Por :Heber Rizzo

Enfrentémoslo; una buena parte de la población al oeste del río Hudson piensa que Nueva York está condenada.

Y en el último film de desastre de Hollywood, “El Día de Mañana” (The Day After Tomorrow), la Gran Manzana realmente recibe el golpe en la mandíbula. En cosa de días, la ciudad se convierte en un congelador de carne al aire libre, mientras la Madre Tierra demanda su compensación por décadas de abuso ambiental.

Primero, una tormenta de características bíblicas inunda los subterráneos, detiene el tránsito, y lanza a los residentes por las escaleras. Luego, una ola gigantesca ruge a través de la ciudad como si Godzilla recién se hubiera sacudido. La audiencia apalea rositas de maíz mientras Nueva York toma un baño de salmuera, pero quizás las cosas no sean tan malas... Probablemente a Ciudad Gótica le vendría bien una fregada.

Seguramente, todo éso es apenas un preludio. El problema real comienza cuando un gigantesco sistema ciclónico de tormenta, de miles de kilómetros de diámetro, se aposenta sobre el continente como un hongo blancuzco y lanza aire frío en el Noreste. Las temperaturas descienden en picada, y un investigador de la NASA exclama: “¡en Nueva York la temperatura cae a una velocidad de 10 grados por segundo!”. ¿Lo ven? Suena como otro problema de unidades de la NASA. Después de todo, si el mercurio cayera realmente a esa velocidad, la Gran Manzana llegaría al cero absoluto en un minuto.

Pero dejando de lado las fruslerías cuantitativas, resulta una visión escalofriante el ver como una edad de hielo golpea al hemisferio norte en menos tiempo del que toma congelar medio litro de caldo de pollo. Sí, sabemos que Nueva York tiene un blanco pintado en alguna parte: la ciudad ha sido cinematográficamente victimizada por extraterrestres malévolos, rocas extraviadas, y reptiles prehistóricos gigantescos. Mucho de éso es un simple sinsentido, pero El Día de Mañana predica sobre los efectos del calentamiento Global. Y seamos honestos aquí: los niveles de bióxido de carbono están subiendo. Esta vez no es un mal karma cósmico que le está cayendo a la Gran Manzana. Son los rayos ultravioleta del Sol abriéndose camino en el corazón de la patria.

Así que, ¿están volviendo realmente las edades de hielo?. ¿Está destinada la isla de Manhattan a lucir como lo hacía hace 12.000 años, apta solamente para los osos polares y las máquinas Zamboni?.

Bien, los expertos en climatología no tienen ningún problema con la cadena de sucesos que se retratan en el filme, al menos hasta cierto punto. La cosa es asÍ: el calentamiento global funde los glaciares, lo que envía más agua dulce a los mares. El cambio en la salinidad alcanza un “punto de inflexión” que detiene la correa de circulación de las corrientes oceánicas (incluyendo a la Corriente del Golfo) que llevan el calor de las regiones ecuatoriales a las latitudes norteñas. El clima se enloquece.

Stephen Schneider, un climatólogo de la Universidad de Stanford que ha testificado ante el Congreso y ante varios presidentes ocasionalmente interesados sobre lo que podría suceder, hace notar que la severidad y lo repentino de la malevolente meteorología del film no tienen base. “Todos nuestros modelos nos dicen que esta clase de escenario lleva 100 o más años para desarrollarse, aún si el calentamiento global continúa. ¿Y la ola gigantesca?. ¿De dónde vino?.

En otras palabras, no puede suceder tan rápido, y no sería tan dramático en el corto plazo. “De seguro, los primeros golpes de frío podrían suceder pronto, pero también habría períodos de respiro. Y no hay que preocuparse por capas de hielo que se forman en una noche: se necesitan mil años para que se forme un glaciar”. Más aún, Schneider dice que estamos hablando sobre la posibilidad de un mal tiempo localizado; ciertamente no sucederá que todo el hemisferio norte se parezca de pronto a la superficie de Europa.

Bien, el film puede exagerar un poco. Pero es un filme, después de todo, y el director Roland Emmerich es un experto en mantener al público pegado al asiento. Es lo suficientemente listo como para evitar perder mucho tiempo en cosas científicas, y va directo a la acción. Nueva York debe soportar lo más riguroso del frente de batalla, pero aún Hollywood está dispuesto a aceptar algún daño colateral. Un puñado de feos tornados se abren camino a través de la Tierra del La-La, dedicándose astutamente a los íconos principales: el edificio de Capital Records y el signo de Hollywood, guiado invisiblemente (se puede suponer) por vórtices hiperdimensionales.

Como en todo buen filme de ciencia-ficción, también hay un montón de latrocinio metafórico. Emmerich reemprende el viaje al polo de 1911 de Robert F. Scott cuando el protagonista de la película (representado por Dennis Quaid) intenta rescatar a su hijo perdido entre la nieve de Nueva York. Otra secuencia muy chula sigue el escape de varios lobos del zoológico. Los temblorosos animales están comprensiblemente con ganas de masticar algo, pero muestran una extraña preferencia por las presas vivas, a pesar de estar hundidos hasta las rodillas en carroña humana congelada. Quizás sea que simplemente prefieran comidas calientes, pero de cualquier manera le recuerdan a uno los velociraptores que merodean en Parque Jurásico.

También hay una impresionante secuencia antes de que Manhattan se congele, cuando incontables millones de gaviotas se acumulan en los cielos (saquen sus paraguas). Esta profecía emplumada es parecida a Macbeth, cuando los animales se comportan extrañamente cuando la gran cadena de la existencia se rompe. Las gaviotas con como los canarios enfermos de las minas de carbón: el aire se está poniendo malo.

La acción es continua, clara e impresionante. Ciertamente, la trama no exige a la mente, y los personajes no son exactamente multidimensionales. Pero, ¡ha!, éso no importa. Uno queda toda la noche encantado con lo visual. Se verán cosas en la pantalla que, bueno, es mejor esperar que nunca serán vistas. Es la belleza hipnótica de lo inconcebiblemente terrible.

Stephen Schneider se preocupa porque los escenarios exagerados y el castigo bíblico retratados en El Día de Mañana puedan animar a los enemigos de la acción medioambiental a utilizarlo como un chivo expiatorio. Después de todo, ya que las situaciones mostradas en el film son irreales, la acción global para limitar las emisiones de los vehículos y de otros emisores pueden ser descartadas con un gesto y una risa. Por supuesto, no es así. Una generación (la nuestra) puede realmente detener la Corriente del Golfo, y las consecuencias durarán un milenio.

Esos SUVs son mala medicina.
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