Los vehículos exploradores de Marte
Los vehículos marcianos Spirit y Opportunity son los “conejitos duracell” de la exploración marciana. Diseñados para durar sólo 90 días, aún están funcionando bien después de casi dos años. Sus jornadas en Marte han proporcionado exquisitos detalles de la superficie del planeta, probando definitivamente que el agua en estado líquido existió una vez en este ahora árido mundo. Justo cuando los científicos pensaban que los vehículos dejarían de funcionar debido a que sus paneles solares se habían cubierto por una capa tan densa de polvo que su rendimiento empezó a decaer progresivamente, Marte vino en su auxilio enviando tolvaneras que, girando próximas, los limpiaron de casi todo el polvo. Casi como si el propio Marte alentase a estos dos pequeños e intrépidos vehículos y desease que avancen en la exploración de sus secretos. Steve Squyres, investigador principal del proyecto Vehículos para la Exploración de Marte (MER), acaba de publicar un libro sobre lo que orientó su interés hacia Marte. Su relato comienza con el vislumbre de una idea y continúa luego con su trabajo a través de la burocracia de la NASA y la construcción de los vehículos. Recuerda la alegría y ansiedad que produjo el lanzamiento desde la Tierra y posterior amartizaje, y concluye su relato con los vehículos en plena exploración de Marte. Lo que sigue es un extracto de “Roving Mars” de Steve Squyres, publicado por Hyperión y cuyo copyright 2005 corresponde al autor. Todos los derechos reservados. Disponible en librerías. 'De niño, me gustaban los mapas. Y me siguen gustando. Crecí en los años sesenta y por entonces, si contemplabas un mapamundi ya anticuado, aún podías encontrar algunos puntos blancos -lugares de los cuales los cartógrafos conocían muy poca cosa y que, por lo tanto, no sabían cómo representar gráficamente. Disfrutaba con la idea de un mapa todavía no realizado, con sitios aún por descubrir. De muchacho, leí todo lo que cayó en mis manos sobre exploración - Amundsen y Scott en la Antártida, Beebe y Barton en los fondos oceánicos - trazando sus aventuras sobre mis mapas y soñando con exploraciones cuyo protagonista, algún día, sería yo.
Al ingresar en la Universidad, me di de bruces con la ardua realidad: ya no había puntos blancos en los mapas. Yo era un estudiante de la Universidad de Cornell, en el norte del Estado de Nueva York. Como me gustaba el montañismo y se me daba bien la ciencia, escogí geología, pensando que sería una manera de practicar gratuitamente el alpinismo. Después de aprender un poco de geología, empecé a sentir interés por la exploración del suelo marino, porque en él todavía quedaban algunos puntos blancos. Pero no era lo mío. Los geólogos que habían estudiado nuestro planeta durante los dos últimos siglos habían hecho un excelente trabajo. La geología me pareció rebosante de detalles. Después, al comienzo de la primavera de mi tercer año universitario, estaba paseando con mi chica por el campus de Cornell. Era 1977, justo después de que la astronave Viking de la NASA hubiese llegado a Marte y, mientras estábamos en el edificio de Ciencias espaciales, mi chica vio una tarjeta de siete por doce clavada con tachuelas a un tablón de anuncios, en la que se anunciaba un seminario sobre Marte destinado a graduados universitarios e impartido por un profesor miembro del equipo científico del Viking. ¡Qué demonios! pensé, y decidí asistir al seminario. Pero casi me echan de la clase. Lo primero que el profesor nos preguntó tan pronto como nos acomodamos en nuestras sillas fue: ¿Se encuentra entre nosotros algún estudiante (no graduado)universitario? Se alzó una tímida mano - la mía - y el profesor me citó para hablar con él después de la conferencia. Era absolutamente obvio que me iba a echar. Lo que me salvó fue que uno de mis supuestos compañeros de clase era un graduado del departamento de geología que nos conocía tanto a mí como al profesor y que intervino en el momento crítico abogando, como mejor pudo, por mi personalidad estudiosa. El profesor asintió, aunque no sin dejar claro por qué no le gustaba tener en el curso a estudiantes no graduado; 'Si estoy hablando sobre las temperaturas de Marte, dijo, no quiero tener que pararme a explicar a toda la clase qué es la difusividad'. Yo asentí juiciosamente y regresé corriendo a mi dormitorio a buscar en un libro el término 'difusividad térmica'.
Como el curso era de un nivel para graduados, esperaba hacer algún proyecto de investigación original para mi examen de grado. Algunas semanas dentro del semestre me imaginé que los más idóneo sería que comenzase a pensar sobre lo que iba a hacer para mi examen, así que pedí una llave de la estancia de Marte, en la cual se guardaban todas las fotografías recientes realizadas por los orbitadores Viking. Encontré la habitación de Marte en Clark Hall, detrás del edificio de Ciencias Espaciales. Era un lugar abandonado y desordenado, más parecido a un almacén que a un archivo de datos científicos. Algunas fotografías, que habían sido tomadas durante la primera parte de la misión, dormitaban en brillantes carpetas azules de tres anillas dispuestas en orden cronológico sobre anaqueles de acero pintados de gris. No obstante, la mayoría de ellas estaban guardadas en largos rollos de papel fotográfico amontonados en el suelo o aún en sus embalajes de cartón. Mi idea era emplear quince o veinte minutos en echarles un vistazo a las fotografías con la esperanza de hallar inspiración para un tema destinado al trabajo. En cambio, permanecí en esa habitación cuatro horas, recorriendo las fotografías asombrado. Desde luego no entendía casi nada de lo que estaba viendo, pero era extraordinariamente bello. Nadie más sabía de la existencia de este almacén. De hecho, sólo un puñado de gente en el mundo lo ha visto hasta ahora. Sentado allí, con las piernas cruzadas sobre el linóleo, exploraba un nuevo, lejano y extraño mundo. Cuando abandoné esa habitación, ya sabía lo que deseaba hacer durante el resto de mi vida. El planeta que había visto en esas fotografías era un hermoso, terrible, desolado lugar. Frío. La temperatura media en Marte es de sesenta grados centígrados bajo cero. Seco: si se pudiese recoger todo el vapor de agua de la atmósfera marciana y congelarlo en la superficie del planeta, la capa de hielo que se conseguiría apenas alcanzaría una centésima de milímetro de espesor. La densa atmósfera de dióxido de carbono de Marte levanta polvo de la tierra en tormentas que pueden obscurecer el cielo durante meses. El planeta que contemplamos como un brillante punto rojo de luz en el cielo nocturno de la Tierra es un mundo yermo y hostil.
Pero quizá no haya sido siempre así. Las fotografías que yo estuve contemplando, si bien entonces lo ignoraba, mostraban evidencia de que el agua alguna vez pudo haber fluido abundantemente por la superficie marciana. Hay cauces secos en Marte, y lechos de lagos secos. Hay formaciones que dan testimonio de enormes inundaciones que una vez fluyeron por la superficie marciana. Lo más notable son los vallecitos, con bifurcaciones de afluentes, que serpentean por los altiplanos de Marte. Estos valles sufrieron la erosión de corrientes entonces tan pequeñas que resulta difícil imaginar cómo se pudieron formar bajo las gélidas condiciones del Marte de hoy en día. ¿Cómo pudo un hilito de agua fluir a sesenta grados centígrados bajo cero sin congelarse? Pero ahí están, en las fotografías, solícitos de una explicación. La mayoría de los valles labrados por el agua de Marte son excepcionalmente viejos. Aunque es difícil afirmarlo con certeza, muchos de ellos pueden datar de los primeros mil millones de años de los 4,5 mil millones de años de la historia de Marte. A pesar del clima prohibitivo actual del planeta, sus valles son una clave que se remonta a los albores de su historia. Marte puede haber sido antaño un mundo más cálido, más húmedo y más parecido a la Tierra. Y he aquí la cuestión: cuatro mil millones de años antes es el mismo tiempo en que, de algún modo, surgió la vida en la Tierra. No sabemos cómo tuvo lugar el milagro del proceso de su génesis. Pero una cosa que seguramente fue necesaria es el agua en estado líquido. Y si esto sucedió, aquí, en la Tierra, hace cuatro mil millones de años, y en medios que eran cálidos y húmedos, entonces surge otra cuestión obvia: ¿Pudo también haber acaecido lo mismo en Marte? Hallar evidencias de que la vida surgió independientemente en otro planeta debería ser uno de los descubrimientos más profundos que los seres humanos podamos realizar. Si sólo se sabe que un milagro ha sucedido una vez, entonces puede ser un raro o incluso singular evento. Pero si se pudiese probar que ha sucedido dos veces en el mismo sistema solar (reconociendo la posibilidad de que haya otros innumerables sistemas solares en otras partes del universo) eso significaría que, sin dejar de ser un maravilloso milagro, bien pudiera tratarse de un fenómeno universal.
Por lo tanto, Marte es un mundo que nos puede servir de ayuda para entender nuestro lugar en el cosmos. Si vamos a Marte y encontramos vida desarrollada, habremos aprendido algo fundamental sobre lo normal que podría ser el fenómeno de la vida. Y si vamos allí y encontramos que las condiciones fueron, en otro tiempo, más cálidas, húmedas y habitables, aunque, por la razón que sea, la vida no se llegase a originar, entonces habremos aprendido algo profundo sobre las condiciones necesarias para el desarrollo de la vida. Y hay que tener en cuenta lo siguiente: supongamos, sólo por un momento, que el milagro de la génesis de la vida aconteció realmente en Marte. En la Tierra, como consecuencia de la intensa actividad geológica habida desde su nacimiento, ha desaparecido la evidencia física de cómo acaeció este milagro. Que el milagro ocurrió es incontrovertible – siendo nosotros mismos parte de la evidencia. Pero las claves tangibles de cómo sucedió en realidad se han perdido para siempre porque la actividad geológica posterior ha destruido todas las rocas de este período primigenio de la historia de nuestro planeta. Sin embargo, en Marte no ha sucedido esto. Marte ha sido un mundo geológicamente más inmóvil que la Tierra, y casi la mitad de la superficie marciana está cubierta de rocas de cerca de cuatro mil millones de años de edad. Por lo tanto, si el milagro de la génesis de la vida ocurrió también en Marte, entonces la evidencia de cómo se produjo todavía puede estar allí: una historia escrita en las rocas a la espera de ser leída. El asunto de leer la historia escrita en las rocas es el trabajo del geólogo, tema sobre el cual he llegado a saber algo. Un geólogo es como un detective en la escena de un crimen. En este lugar pasó algo hace mucho tiempo... ¿Qué fue lo que pasó? ¿Hacía calor? ¿Humedad? ¿Era la clase de medio adecuado para la vida? Las respuestas a preguntas de este género podrían estar en claves que permanecen en el interior de las añejas rocas de la superficie del planeta.
Cada roca guarda la evidencia de cuáles fueron las condiciones bajo las que se formó. Cuando se depositaron los sedimentos, los granos gruesos quedaron cerca de la orilla y los finos en el agua más profunda. Si se observa el tamaño del grano en una roca sedimentaria, entonces se aprende algo sobre donde yació. Los pliegues que las rocas conservan nos pueden proporcionar información sobre las corrientes habidas. Los minerales distintivos, como las sales, pueden decirnos qué sustancias estuvieron disueltas en el agua. Un buen geólogo reunirá claves como éstas para aprender al detalle cómo fue un viejo mundo. La geología en Marte, si hay algún modo de hacerla, sería un carrera a la que valdría la pena dedicar toda una vida. Pero la clase de misión de Marte que yo esperaba hacer era complicada. No era suficiente con sobrevolar el planeta o poner algún satélite en órbita del mismo. Las astronaves orbitales proporcionan una panorámica y son el mejor camino para obtener una visión global realista de otro mundo. Pero el problema que yo quería abordar no era global. Las claves que creo necesitar están guardadas en las rocas en unos pocos lugares especiales de Marte. El único modo de obtener estas claves, estaba seguro de ello, era ir a la superficie marciana con un anticuado martillo de geólogo de campo – aunque sea uno robotizado. Y había otro aspecto digno de mención sobre el descenso a la superficie de Marte: tomar fotografías desde la órbita no me parece lo mismo que una exploración real. Lewis y Clark no contemplaban el territorio de Luisiana panorámicamente. Lo que yo realmente quería, hablando claro, era barro marciano en mis propias botas. Y si no podía tenerlo, esperaba algo parecido. Y no tenía ni idea de cómo hacerlo. Veintiséis años después de mi momento de catarsis en la estancia de Marte, los exploradores robotizados gemelos llamados Spirit y Opportunity estuvieron preparados para su lanzamiento desde Cabo Cañaveral en Florida. Construidos por un extenso equipo de ingenieros y científicos, fueron lanzados para llevar los sueños de sus creadores a un planeta en donde dos de cada tres misiones de astronaves habían terminado en fracaso. Su misión era estudiar las rocas de la superficie de Marte y averiguar, a partir de esas rocas, si el planeta había contado o no con lo necesario para albergar vida. Que llegasen a estar en Florida fue, sin embargo, un pequeño milagro'. | ||||||||||
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