Lunas de Júpiter: 2 Aristóteles: 0Galileo se estrella contra Júpiter![]() Un final estilo kamikaze para una nave en órbita es muy poco común. Muchos satélites, eventualmente, se terminan por inmolarse en las delgadas capas de aire a unos cientos de kilómetros por encima de la Tierra. Pero la estrategia del final de la Galileo fue motivada por el deseo de evitar la contaminación de una de las grandes lunas de Júpiter. En ocho años de investigaciones en el sistema Joviano, la misión Galileo obtuvo unos resultados altamente provocadores: algunas de estas lunas – especialmente la blanco-lechosa Europa – mostraban evidencia de océanos ancestrales escondidos. Y con agua líquida, siempre existe la posibilidad de vida.| Este resultado es ahora tan ampliamente conocido que ha pasado a formar parte del conocimiento convencional. Consecuentemente, es sencillo tener una vista de la revolución astrobiológica que ha conseguido la investigación del satélite por la Galileo. Esta algarabía va más allá de la intrigante posibilidad de que un océano lleno de microbios, podría esconderse bajo la rígida y helada corteza de Europa. El verdadero cambio de paradigma fue cuando nos dimos cuenta de que planetas similares a la Tierra, con agua en la superficie y atmósferas pesadas, no son el único tipo de mundos que pueden estar habitados. Sorprendentemente, esta es la segunda vez que las lunas de Júpiter han provocado una revolución en la perspectiva cósmica. La primera comenzó hace unos 400 años, cuando Galileo Galilei puso su catalejo de 20 aumentos hacia el cielo. Sus objetivos iniciales eran la Luna y las estrellas. Muy pronto, Galileo, hizo el sorprendente y desalentador descubrimiento de que la Luna no era el cuerpo perfectamente liso sostenido por la teoría de Aristóteles. Su superficie estaba quebrada y formada por montañas y valles: era otro mundo, no un compañero divino e intachable de la Tierra colocado en ese lugar para nuestro placer. Galileo también notó que, hacia donde fuese que apuntara su telescopio, podía ver un orden de magnitud más grande de estrellas de las que eran visibles a simple vista. Existía mucho más en los cielos y la Tierra (especialmente el anterior) obviamente, qué lo que se podía soñar en la filosofía de Aristóteles. Pero la Luna y las estrellas no eran suficientes. El descubrimiento que convirtió a Galileo en una palabra casera, y eventualmente en un homónimo para la nave espacial de la NASA, ocurrió el 7 de Enero de 1610, cuando el ambicioso profesor de matemáticas de Padua notó algunas pequeñas estrellas alrededor de Júpiter. Había tres, tales estrellas; dos al este del disco de Júpiter, y una al oeste. Eso, en sí mismo, no era tan peculiar. Pero algo acerca de este asterismo llamó la atención de Galileo. Las estrellas eran uniformemente brillantes y poco comunes y formaban una línea recta con Júpiter que era paralela a la eclíptica. A la noche siguiente, Galileo apuntó nuevamente su catalejo hacia Júpiter (indudablemente un trabajo muy elaborado, debido al escaso campo visual de su instrumento). Quedó asombrado de ver que ahora Júpiter estaba al este de las estrellas – aunque su movimiento a través del cielo debería de haberlo colocado al oeste, suponiendo que la pequeña constelación consistiera de estrellas fijas en el fondo. Galileo quedó intrigado, pero implacable. Dos noches después, vio que Júpiter había dado un paso lateral dejando a las estrellas al oeste, y ahora sólo dos estaban visibles. No le tomó a Galileo más de una semana en descifrar este baile celestial. Las pequeñas estrellas (el eventualmente contó cuatro) eran satélites de Júpiter. Las implicaciones filosóficas alrededor de esto, fueron muy grandes. Existía un mundo que estaba rodeado de lunas – y recordemos que hasta entonces, sólo la Tierra era conocida con tal cosa – y ¡rodeado de cuatro! (como algo aparte, la cuenta actual de Júpiter es de 61 lunas) Adicionalmente, Galileo había descubierto un sistema en el cual las lunas realizaban órbitas alrededor de un planeta que a su vez estaba en órbita. En otras palabras, no existía un “centro” único del universo, no había un solo patrón. La aún controvertida idea de Copérnico de que la Tierra era sólo una de los varios rocosos acompañantes del Sol – la decreciente premisa de que la casa y hogar del hombre no era el eje de existencia – fue apoyada fuertemente por una semana de observación telescópica. La nave espacial Galileo, diez generaciones después, ha hecho algo similar, aunque podrá tomar algún tiempo en hacer mella. Ha proporcionado varias líneas de evidencia respecto de un vasto océano bajo la helada capa de 16 kilómetros de espesor de Europa. Océanos muy similares podrían existir en Ganimedes y Calisto, todos mantenidos tibios y líquidos por el estirón de las fuerzas gravitacionales entre estas lunas y su planeta huésped. ¿Quién, una generación atrás, habría sido capaz de pensar que lunas no mayores que la nuestra podrían albergar grandes mares? El que nadie lo hiciera es un legado de la gran variación de la naturaleza, y la ocasional falta de ingenuidad del ser humano. Nuestro concepto de mundos habitables estaba, no hace tanto, un poco más que generoso respecto del punto de vista Aristotélico, centrado en la Tierra. La nave Galileo ha cambiado todo eso. La forma de su final – hecho para permitir que las futuras misiones de exploración a Europa se realicen sin temor a una contaminación anterior – es un dramático testimonio de su éxito. | ||
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