Los primeros tiempos
Los documentos más antiguos conservados que se refieren a Saturno se atribuyen a los asirios. Hacia el 700 antes de Cristo describieron el planeta de los anillos como una luminaria de la noche y lo denominaron 'Estrella de Nínive'.
Los asirios, que ocupaban el territorio del actual Irak, prosperaron entre 1400 a.C. y 620 a.C. Incorporaron la cultura de los babilonios, una civilización con grandes dotes para la astronomía. Los historiadores creen que en una fecha tan temprana como el año 3000 a.C. los babilonios reconocían las constelaciones mayores y llegaron a desarrollar un calendario de acontecimientos astronómicos.
Pocos siglos después, en 400 a.C., los griegos antiguos bautizaron a lo que creyeron se trataba de una estrella errante en homenaje a Cronos, el dios de la agricultura. Cronos era el titán predominante y el padre de Júpiter.
Luego los romanos, que formaron su cultura adaptando gran parte de la griega, cambiaron el nombre del planeta por el de Saturno. Saturno era el hijo de Urano y de Gea y el padre de Zeus (Júpiter). Como en el caso griego, en la mitología romana Saturno también era el dios de la agricultura. En su honor se celebraba en diciembre el festival de las saturnalias durante siete días, que se convirtió en la fiesta más popular de la antigua Roma.
Nuestro conocimiento de Saturno no cambió demasiado durante el siguiente milenio y se siguió considerando al planeta como una estrella errante hasta que se inventó el telescopio. Esta nueva herramienta, inventada a comienzos del siglo XVII por un óptico holandés, revolucionó inmediatamente la astronomía.
Informado acerca del nuevo instrumento, el científico italiano Galileo Galilei fabricó su propia versión casera del telescopio y lo apuntó hacia los cielos. Utilizando lo que hoy consideraríamos un telescopio precario (sólo tenía 20 aumentos) se dio cuenta de que sucedía algo especial con el planeta de los anillos. Galileo no pudo llegar a captar qué era lo que iba 'mal' en ese planeta y sólo pudo conjeturar respuestas erróneas.
Al principio supuso que se trataba de tres planetas extremadamente cercanos, con dos más pequeños al lado del mayor. Pero dos años más tarde observó unos cambios en Saturno que le desconcertaron: los dos pequeños planetas habían desaparecido y ahora Saturno estaba solitario. Galileo escribió que estaba 'asombrado' por el fenómeno. En la actualidad sabemos que los anillos parecen desaparecer a medida que cambia nuestro ángulo de visión del planeta. Cuando se les observa con un ángulo agudo los anillos se vuelven prácticamente invisibles. Un par de años más tarde las observaciones de Galileo le confundieron todavía más, cuando los anillos reaparecieron en su lugar junto a Saturno.
'No sé qué decir de un caso tan sorprendente', escribió desesperado. Por último sugirió que Saturno debía de tener brazos o 'asas' que salían y desaparecían misteriosamente junto al planeta.
Reinó el desconcierto hasta que Christiaan Huygens, un astrónomo holandés, desarrolló en 1659 el concepto de un sistema de anillos planetarios. Utilizando un telescopio mejorado (que podía llegar hasta 50 aumentos), Huygens conjeturó que los anillos eran sólidos, finos y planos. La nueva idea dio un modelo a los astrónomos del momento, que fueron entonces capaces de comprender lo que estaban viendo. Al ir mejorándose la calidad de los telescopios se fue haciendo más fácil identificar las características del planeta. En 1676 Giovanni Cassinni, un astrónomo italiano que llegaría a convertirse en ciudadano francés, pudo observar la discontinuidad mayor en el interior del sistema de anillos que hoy conocemos como la división de Cassinni. Éste y Huygens también descubrieron satélites alrededor del planeta de los anillos, y el número de éstos que conocemos ha ido creciendo desde entonces.