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Enero 2005

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Fecha original : 2004-08-12
Traducción Astroseti : 2004-08-25

Traductor : Antonio Salceda
Artículo original en inglés
 ORIGENES        
Los juegos olímpicos del reino animal






Resumen: En esta parte IV de esta serie olímpica, se considera sobre la cuestión de cómo los humanos competiríamos con otras especies. ¿Podemos sentirnos seguros de nuestro orgullo como especie, y de que nuestros campeones son de verdad los ganadores mundiales?







Redacción de Revista de Astrobiología

'Tan solo en este planeta que llamamos Tierra, coexisten (entre otras numerosas formas de vida) algas, escarabajos, esponjas, medusas, serpientes, cóndores, y secuoyas gigantes. Imagine a estas siete formas de vida reunidas una junto a otra en una fila. Si no fuera por lo que ya conoce, le sería muy difícil aceptar no sólo que proceden del mismo universo, sino del mismo planeta
Neil deGrasse Tyson, Museo americano de historia natural
La moderna maratón tiene sus orígenes en la batalla de Maratón y el mensajero portador de noticias sobre una inminente invasión persa. 
Créditos: euro2002.dk
La moderna maratón tiene sus orígenes en la batalla de Maratón y el mensajero portador de noticias sobre una inminente invasión persa.
Créditos: euro2002.dk


Empezando esta semana, los juegos olímpicos no tienen como participantes a ningún animal en ninguno de los eventos – a excepción de la muy Antigua simbiosis entre hombre y caballo que hace destacable la competición ecuestre.

Esa distinción ente especies de competidores fue tan significativa que en los juegos olímpicos de Melbourne en 1956, Australia realizó todas las actividades en las antípodas, a excepción de las competiciones ecuestres, que se sostuvieron en el otro hemisferio, en Estocolmo. Suecia, a medio mundo de distancia. Dos llamas olímpicas ardieron aquel año, una para las competiciones humanas, otra para la ecuestre-humana. Fueron dos competiciones diferentes. Ese año, la separación y la cooperación entre especies tuvo una relevancia especial.

Con más de 10.000 competidores humanos tomando parte en más de 20 deportes, la batalla olímpica de las mejores destrezas físicas deja a un lado a los otros millones de especies con particulares capacidades de supervivencia. Esos animales han desarrollado sus éxitos a partir de repetidos errores, como asuntos de vida o muerte.

¿Qué ocurriría si las cosas no fueran así?

Los humanos hemos desarrollado algunas de las más sofisticadas estrategias para beneficio mutuo entre nosotros y con el mundo animal. Los juegos olímpicos nos muestran la simbiosis entre humanos y caballos, pero la mayoría de las destrezas que sostienen la supervivencia de una especie han sido dominadas por humanos, y seleccionadas por su ausente de artificios lucimiento de cruda fuerza, velocidad, o brazadas. La selección darwiniana se ha venido anunciando a lo largo de la historia con el mismo esfuerzo de vida o muerte que es el distintivo olímpico: que se inicien los juegos.
¿Son los humanos los maestros de las herramientas?. No, miremos al chimpancé. ¿Los maestros del lenguaje?, Pregunten al delfín… o al perro. Rico, un perro con un vocabulario de alrededor de 200 palabras, puede aprender los nombres de juguetes con los que no esté familiarizado tras una sola exposición a la nueva combinación juguete-palabra. 
Crédito: Susanne Baus
¿Son los humanos los maestros de las herramientas?. No, miremos al chimpancé. ¿Los maestros del lenguaje?, Pregunten al delfín… o al perro. Rico, un perro con un vocabulario de alrededor de 200 palabras, puede aprender los nombres de juguetes con los que no esté familiarizado tras una sola exposición a la nueva combinación juguete-palabra.
Crédito: Susanne Baus


Así, en un juego en el que las bestias de carga pasan del mutualismo a la competición, ¿quién gana?.

En la mayoría de los casos de competición física, los animals nos ganarían en nuestros propios juegos.

Parece apropiado decir que el campeón del mutualismo, Tarzán, fue un afortunado olímpico. El actor, Johnny Weismuller (1904-1984), que encarnó a Tarzán, ganó medallas de oro en natación en los juegos olímpicos de París en 1924 y de Ámsterdam en 1928. Pero incluso el humano más veloz en el agua es consciente de lo pobre de su diseño. Tarzán no era el rey de la selva –ni sería medallista de oro en unos juegos olímpicos en los que participaran todos los representantes del globo.

No es necesaria la proximidad de Tarzán a la naturaleza para descubrir que la cooperación es mejor apuesta que la competición directa. Pensemos en las especies ganadoras en un imaginario momento olímpico.

Los 100 metros lisos. El humano más rápido hoy en día recorre la distancia por debajo de los 10 segundos. Manteniendo el ritmo, su máximo de velocidad estaría en los 36 km/h. Pero próximos a nuestro campeón humano hay tres rivales: el avestruz, el guepardo, y el galgo. No hay color en la carrera.

El guepardo terminaría la carrera con un pico de velocidad de 104 km/h, y un tiempo vencedor de 3 segundos.

Si el pico de velocidad del guepardo pudiera mantenerse, su sprint le permitiría dar la vuelta a la Tierra en 10 días, en contraste con los 10 meses que necesitan los varios centenares de relevistas humanos que transportan hoy en día la antorcha olímpica.

Por su diseño, el estilizado guepardo parece destinado a los picos de velocidad, pero como si quedara atrapado en un extraño equilibrio de la carrera, tiene que sobrevivir cazando a los raudos antílopes, gacelas, y springboks –con una ventaja de menos de 20 km/h sobre la de su presa. Enfrentados a la superior velocidad del guepardo, un impala puede saltar 10 metros de una sola vez, cambiando impredeciblemente de dirección para conseguir su propia ventaja de presa sobre predador. En nuestro salto de longitud, el escurridizo impala derrotaría a Carl Lewis en su propio terreno.

Estas especies parecen ser expertas en un tema concreto. Pero ¿qué pasa con aquellos animales de diseño menos cuidado para la carrera, o que no están atrapados en una cadena alimenticia que recompensa sólo la velocidad. Para más humillación para los humanos, el rellenito elefante africano, relativamente libre de predadores, puede correr más rápido que Carl Lewis. El paticorto hipopótamo se sentiría poco apurado por su propio resultado olímpico (30 km/h).

Si no nos limitamos a velocidades de superficie, el campeón de los pájaros, el vencejo, podría volar la misma distancia recorrida por el guepardo, al doble de velocidad (170 km/h). Ayudado por las fuerzas de la gravedad y del viento, el halcón peregrine ha sido registrado en un picado a 300 km/h, lo que se aproxima a un cuarto de la velocidad del sonido

En el sprint olímpico, resulta notable una especie de pájaro completamente fuera de su elemento natural. El carente de alas avestruz puede alcanzar velocidades del doble de las que pueda hacer el más rápido de los velocistas humanos. Si los juegos olímpicos fueran una competición imparcial entre los mejores del planeta, parece que lo único destinado a permanecer con su cabeza enterrada en la arena sería la vanidad humana.
¿Tienen todas las especies su época gloriosa?. Los dinosaurios dominaron el planeta por más de 150 millones de años, ocupando todos los nichos que los mamíferos ocupan en la actualidad. Durante la era de los dinosaurios, nuestros ancestros eran pequeñas criaturas, similares a los roedores, hurgando entre la hierba en busca de comida. ¿Qué es lo que cuenta en estas aparentemente desiguales ventajas competitivas?.
Crédito de imagen: National Geographic
¿Tienen todas las especies su época gloriosa?. Los dinosaurios dominaron el planeta por más de 150 millones de años, ocupando todos los nichos que los mamíferos ocupan en la actualidad. Durante la era de los dinosaurios, nuestros ancestros eran pequeñas criaturas, similares a los roedores, hurgando entre la hierba en busca de comida. ¿Qué es lo que cuenta en estas aparentemente desiguales ventajas competitivas?.
Crédito de imagen: National Geographic


En un reto entre campeones de distintas biosferas, los humanos pareceríamos particularmente torpes en el agua. Nuestros nadadores mejor preparados pueden hacer 100 metros aproximadamente cuatro veces más lento que nuestros más rápidos corredores. Somos una especie terrestre, que se permite flotar en las capas menos profundas del agua y el aire.

De nuevo, los 100 metros. Esta vez, ponemos los cronómetros en marcha para la prueba de natación de estilo libre. En la calle uno, el humano más rápido, con un tiempo previo de 47 segundos. En la calle dos, una orca, en la calle tres, un calamar, en la calle cuatro, el pez vela. Y, completando el grupo en la calle cinco, el pez espada. El ganador alcanza el final en unos impactantes tres segundos.

Un abrir y cerrar de ojos, y los humanos estamos avergonzados de nuestro propio diseño. En el planeta Tierra, la especie dominante tiene manos en lugar de aletas, piernas en lugar de cola y orificios nasales en lugar de agallas. Cuando los nadadores olímpicos se afeitan todo el cuerpo para ganar una fracción extra de tiempo, ponemos nuestra carencia de adaptación evolutiva al medio acuático a la vista de todos. Minimizar la fricción no resulta mucha ventaja en el diseño a no ser que una ocupe como nicho una parte especialmente viscosa en el ecosistema.

El nadador campeón, el pez espada, puede desarrollar una velocidad batidora de records de 130 km/h, seguido de cerca por el pez vela, también viajando a velocidades de planeadora con 109 km/h. En este terreno, el humano más veloz será el patético último clasificado, con una velocidad de 8 km/h, algo menos de la velocidad de un paseo a paso rápido.

Sin ayuda mecánica, los humanos estamos particularmente limitados cuando nos enfrentamos al aire o al agua. Afortunadamente, la memoria de haber tenido cola (y agallas) no está muy lejana. Como sostiene uno de los principios de la embriología, recorremos en el seno materno todos los estadíos de la evolución desde el agua a la tierra. Todos los humanos tenemos que perder nuestras colas y agallas, para poder dominar la tierra.

La lista de candidatos al oro olímpico está repleta en esta competición darwiniana de adaptación especializada. El salto de longitud está dominado por el canguro gris oriental, con un record de 12 metros, la longitud de de un autobús escolar. Incluso dándole la ventaja de la carrera para tomar impulso, el record humano está algo por debajo de los 9 metros.
¿Define la simbiosis hombre-máquina una nueva capacidad –o un nuevo batidor de records?. “Podría argüirse que entre los mamíferos, los humanos han sido los primeros en desarrollar inteligencia, bloqueando el desarrollo de ésta en otras especies. Se deduce de este razonamiento que la inteligencia se desarrolla una sola vez en un planeta, ya que una vez aparecida, transforma la interacción entre especies y efectivamente domina todo el planeta desde ese instante”.
Chris McKay,  Astrobiólogo de la NASA 
Crédito de imagen: JPL
¿Define la simbiosis hombre-máquina una nueva capacidad –o un nuevo batidor de records?. “Podría argüirse que entre los mamíferos, los humanos han sido los primeros en desarrollar inteligencia, bloqueando el desarrollo de ésta en otras especies. Se deduce de este razonamiento que la inteligencia se desarrolla una sola vez en un planeta, ya que una vez aparecida, transforma la interacción entre especies y efectivamente domina todo el planeta desde ese instante”.
Chris McKay, Astrobiólogo de la NASA
Crédito de imagen: JPL


Para un teórico de la evolución, el único juego que importa es el de la supervivencia, consistente en una compleja operación de tasas reproductivas y de maduración, limitación de recursos, y esperanza de vida. Aquí la competición se hace bastante desigual. Una almeja puede vivir 200 años, pero no se reproduce con frecuencia. La termita puede poner 40.000 huevos al día. Para economizar recursos, un koala puede dormir 22 horas al día. Los lemmings alcanzan la madurez reproductiva a los 14 días. El delicado y precario estado de gestación de los mamíferos puede prolongarse hasta 22 meses en el elefante asiático. La única correlación que encontramos entre los actuales juegos olímpicos y la supervivencia evolutiva de los humanos aparece en la esperanza de vida: el homo sapiens es de los mamíferos más longevos.

¿Y en qué otra cosa mostramos los humanos nuestras habilidades innatas?. En teoría, la respuesta sería en cualquier otro lugar, dado que los juegos olímpicos son un exponente de nuestra extrema capacidad de organización. Hay actividades exclusivamente humanas: tiro con rifle, lanzamiento de jabalina, esgrima, tiro con arco. A excepción de algunas demostraciones de los primates, los humanos somos los creadores de herramientas, y los deportes pueden evidenciar esta capacidad. La creación de herramientas era definitoria de la condición humana hasta que la investigadora Jane Goodall observó por primera vez a chimpancés capturar termitas usando como palos brotes de hierbas y juncos secos

Lo cual devuelve la cuestión sobre competición y cooperación al punto inicial, a las pruebas olímpicas ecuestres. Esta simbiosis sin igual entre humanos y caballos procede de los más tempranos estados de la civilización. Una definición de trabajo se mide en unidades de esta relación única – el caballo de potencia.

Pero este mutualismo no es más que una porción de la dependencia de la civilización de otra mezcla, esta vez forjada de intelecto y material. Todos los ganadores, animales o humanos, lo son muy probablemente de manera temporal. Los olimpistas animales están lejos de la cima de la cadena alimenticia evolucionada.

El mutualismo entre hombre y máquina, si pudiera competir en los juegos olímpicos, batiría todos los records. La cúspide de las capacidades humanas está seguramente en nuestro talento para crear máquinas, para forjar una idea como algo más rápido o más fuerte que un ejército olímpico o cualquier quimera con animales de carga.




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