Resumen: En los primeros días del programa de astronautas, los científicos no estaban seguros si el cuerpo humano podría sobrevivir al vuelo espacial. En la apasionante biografía de Alan Shepard escrita por Neal Thompson, “Encienda esta vela”, se describe las pruebas extremas que los astronautas tenían que soportar para probarse a sí mismos que estaban en condiciones de viajar al espacio.
Extraído de: “Encienda esta vela: La vida y tiempos de Alan Shepard, el primer hombre americano del espacio”, copyright 2004 de Neal Thompson, Publicado por Editores Crown, New York, New York. Partes han sido editadas por el contexto.
Los ingenieros de NASA desarrollaron una cantidad de máquinas nuevas de alta tecnología, en bases militares repartidas a lo largo del país, que simularían aspectos de lo que los astronautas probablemente enfrentarían durante un vuelo espacial. Y eso se convirtió en la teoría que guiaría el entrenamiento de los astronautas: construir máquinas que recreen los terribles temblores y presiones de sentarse en la punta de un cohete viajando más rápido de lo que ningún ser humano haya viajado anteriormente, imitar la ingravidez que los astronautas experimentarían en el espacio exterior, simular la sensación de caer en el espacio en una cápsula fuera de control.
El programa de entrenamiento se expandía por todos los “y si” que los ingenieros y científicos hubieran imaginado. Porque, en realidad, los expertos no estaban muy seguros de que le pasaría a un hombre en el espacio, las opiniones variaban desde “nada”, hasta “repugnante, dolorosa muerte”.
Entonces, para cubrir todas las posibilidades, los ingenieros decidieron explorar cada uno de los “y si” y luego ver si los astronautas podían sobrevivir en un escenario aproximadamente igual. Cuando no estaban en clases aprendiendo astrofísica, geofísica y astronomía, los astronautas estaban volando de ciudad en ciudad, permitiendo ellos mismos ser sometidos a cámaras de calor, cámaras de presión, una “habitación rotante”, y otros entrenamientos experimentales de la NASA extraños, ruidosos, peligrosos y que revolvían el estómago.

Foto de la tapa del libro de Neal Thompson, “Encienda esta vela”. Imagen de publicidad, copyright. Crédito: Thompson
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“Siempre había otro y-si”, sentenció una vez (John) Glenn, refiriéndose a los nerviosos afeminados del cuerpo médico de la NASA quienes se imaginaron muchos horribles escenarios. ¿Qué pasa si los astronautas experimentan una “ansiedad de separación” e inexplicablemente rehusasen a retornar a la Tierra?. ¿Qué pasa si los glóbulos oculares de los astronautas pierden fluido y se deforman en la gravedad cero del espacio? ¿Qué pasa si los fluidos del oído interno, que controlan el equilibrio, se escapan de las cabezas de los astronautas, dejándolos permanentemente mareados y con sensación de vértigo?

MASTIF, el giróscopo humano. Crédito: NASA/Mercurio
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¿Y que pasa si la cápsula que orbita el espacio gira sin control? Para prepararse para las posibilidades de semejantes escenarios, las mentes brillantes de la NASA crearon MASTIF (por sus siglas en inglés) – dispositivo inercial de entrenamiento espacial de eje múltiple. Similar a un giróscopo, MASTIF era un enorme conjunto de tres jaulas concéntricas, llamadas “gimbales” una adentro de la otra. Cada jaula era una caja esquelética geométrica deformada que lucía como si hubiera sido montada con un montón de partes sobrantes de un conjunto de barras en el patio de juegos de unos monos.
La jaula externa era roja, e internamente había una más pequeña y verde, ambas vagamente circulares. En el centro había una jaula amarilla, aproximadamente de forma cónica, para simular la cápsula espacial de los astronautas. Y en el centro de la jaula amarilla estaba la cabina del piloto donde el astronauta se sentaba, atado fuertemente. Cada gimbal estaba adosado al siguiente, pero todos ellos rotaban independientemente unos de otros y en diferentes direcciones, de manera que la cápsula del piloto podía ser programada para girar – del mismo modo que lo haría la cápsula del Mercurio en el espacio – en tres ejes: de adelante hacia atrás, de lado a lado y de izquierda a derecha en un movimiento giratorio.
Los ingenieros podían programar para hacer girar solo una de las jaulas, lo cual hacía que la cápsula de los astronautas simulaba el movimiento de lado a lado. Luego los programadores podían rotar dos de las jaulas, ocasionando que la cápsula de los astronautas se mueva de lado a lado y gire simultáneamente. Finalmente, ellos podían hacer girar todas las tres jaulas, simulando una cápsula totalmente fuera de control, cayendo y girando y bamboleándose en el espacio.
Los astronautas tenían que aprender a usar un control manual – similar al mando en un jet - que liberaba una cantidad de gas que actuaba como un freno contra el movimiento de rotación de los gimbales. El objetivo era parar los bamboleos de la cápsula del piloto y que se detuviera completamente.
Estaba pensado que Shepard fuera el primero en probar MASTIF. Pero luego de un revés en su desempeño durante un entrenamiento de vuelo en Corpus Christi y los dos casi fatales choques en la Base Aérea Edwards, él fue, temerosa e inmediatamente dejado de lado.
Las sesiones de práctica empezaban lentamente, con solo una o dos de las jaulas girando a velocidades modestas, y Shepard fue rápidamente capaz de parar la cápsula del piloto evitando su bamboleo. Pero la primera vez que dio su OK para que los técnicos giren las tres jaulas, y también aumentar la velocidad – cada gimbal era capaz de girar hasta 30 rpm – las cosas se pusieron horribles. A medida que las jaulas giraban más y más rápido con el cuerpo de Shepard siendo maltratado de adelante para atrás y de lado a lado, él alcanzó y e hizo sonar fuertemente el botón rojo, “perilla de la gallina”, que accionaba una bocina ruidosa que avisaba al técnico para que parara la máquina.
Las jaulas pararon de bambolearse y los ingenieros ayudaron a un Shepard mareado y con nauseas a salir de la cápsula del piloto y lo condujeron a un catre que tenían cerca – con un trapo de repasar y un cubo al lado, por si acaso. Pero Shepard estaba decidido a controlar la cosa. Él regresó esa tarde y lo hizo un poco mejor, pero todavía tuvo que accionar la perilla de la gallina, y por lo tanto decidió terminar por el día. Algunos de los médicos que estuvieron presentes el primer día se sorprendieron de cuanto tiempo le llevó a Shepard recuperarse del mareo y de las nauseas.

Centrifugado del astronauta. Crédito: NASA
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La mañana siguiente se amarró a sí mismo de nuevo. Y la siguiente. En unos pocos días era capaz de soportar todas las 30 rpm en cada eje. Aprendió como girar rápidamente y con precisión en control hasta detener uno de los timbales, luego el siguiente y luego el siguiente, deteniendo la cabina del piloto. En una de las filmaciones de 35 mm que la NASA tomó de las sesiones de entrenamiento, Shepard salió de una de sus sesiones en el MASTIF, luego se detuvo y se volvió para mirar a la máquina, la repugnancia se reflejaba en su rostro. Luego levantó la cabeza como si dijera, te vencí, a ti desastre mecánico, se volvió y salió caminando, cabeza en alto y pecho saliente.
Otra máquina – la que Shepard despreciaba más – era la centrífuga en las afueras de Filadelfia. Era una pequeña cápsula volante en forma de plato al final de un brazo de 15 m que giraba en un círculo pequeño, como mazos de cricket del tamaño de un árbol que están siendo revoloteados por un gigante. El sádico propósito de la máquina era exponer a los astronautas al tipo de excesiva gravedad, o fuerzas G, que experimentarían cuando estuvieran en la punta de un cohete siendo lanzado. Estarían viajando más rápido de lo que cualquier humano hubiera volado, y los doctores debían determinar si sus cuerpos podrían resistir los esfuerzos.

El contrabando de Alan Shepard, el palo de golf hierro seis y el único golpe de golf en la Luna. Antes de regresar al módulo lunar, Shepard sacó de su bolsillo “una pequeña bola blanca que es familiar a millones de americanos”- una pelota de golf - y la arrojó en la superficie. Luego, usando la manija del contenedor para muestras, al cual estaba adosado “un genuino hierro seis” realizó un par swings. Falló el primero, pero conectó el segundo. La pelota, contó luego, salió disparada por kilómetros y kilómetros. Crédito: NASA
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Un G es el equivalente del empuje de la fuerza gravitacional de la Tierra. Dos Gs es esencialmente la gravedad multiplicada por dos. Esto es, bajo una presión gravitacional de dos Gs, un hombre de 80 kg sentiría como si pesase 160. A medida que la centrífuga giraba más y más rápido, los astronautas serían empujados contra sus asientos bajo cientos de kilogramos de presión, golpeados por cargas Gs más dolorosamente de lo que ningún piloto de caza haya sentido alguna vez.
Los ingenieros de la NASA calcularon que durante su lanzamiento explosivo de la Tierra, los astronautas experimentarían por lo menos cinco o seis Gs - el equivalente a aproximadamente media tonelada de presión para un hombre de 80 kg. Pero habían preguntas no respondidas acerca cuántas Gs experimentarían durante la caída del vacío del espacio al espeso e inductor de fricción aire de la atmósfera de la Tierra. ¿Diez?. ¿Quince?. Nadie lo sabía con certeza, por lo que los doctores decidieron dar a los astronautas una prueba de lo peor.
A cinco o seis Gs en la centrífuga, era todavía posible – pero apenas posible – para los astronautas levantar sus brazos y accionar unas pocas perillas en el tablero falso ubicado frente a ellos. A siete Gs eran aplastados contra sus asientos y quedaban incapacitados para efectuar movimiento alguno, como si hubieran estado apilonadas sobre sus pechos bolsas de cemento, brazos y piernas. Debían tensar sus músculos para evitar que la sangre les saliera por la cabeza causándoles desvanecimiento.
Con alguna práctica, alcanzaban cargas inhumanas de dieciséis Gs; el record, alcanzado (en un arranque de coraje) por un modesto teniente de la Armada, fue un increíble 20 Gs. Tales revoluciones aplastaban la piel en sus caras como plastilina. Después de tales sesiones, los astronautas terminaban con sus espaldas deformadas y rojas debido a los vasos sanguíneos rotos.
Como si tales giros no fueran suficientes, los ingenieros de la NASA posteriormente idearon un ejercicio todavía más terrible en la centrífuga. Ellos se preguntaron a sí mismos: ¿Qué pasaría si la cápsula aterriza de nariz, en vez del revés? Para probar sus suposiciones, los ingenieros decidieron medir la capacidad de los astronautas para “Gs revertidas”.
Mientras el brazo de la centrífuga giraba y el astronauta estaba siendo empujado contra el asiento, los ingenieros rotaban la cápsula 180 grados, de manera que el hombre adentro era abruptamente arrojado contra las cuerdas que lo sostenían. Ellos lo llamaban el test EI/EO, que venía de “ojos adentro, ojos afuera” (por las siglas en inglés), que era exactamente lo que pasaba. Shepard contó una vez a los reporteros que era un “verdadero placer” ir girando hacia adelante y hacia atrás. Pero Glenn no era el único que encontraba el test “sádico”. Uno de los doctores de la NASA probó el EI/EO y salió tosiendo descontroladamente, incapaz de respirar; a través de algunas pruebas que otros doctores le hicieron determinaron que su corazón se introdujo dentro de uno de sus pulmones y lo desinfló.
El 5 de mayo de 1961, Alan Shepard se convirtió en el primer americano en viajar al espacio. Mucho tiempo después de su histórico vuelo, Shepard empezó a experimentar episodios de extremo mareo y nauseas. Algunos de esos episodios fueron tan severos que él caía en el suelo y vomitaba. A pesar de que mantuvo esta condición en secreto por algún tiempo, posteriormente fue diagnosticado con el mal de Menière, enfermedad en la cual los fluidos del canal semicircular del oído interno aumentaban. Él fue excluido de futuras misiones; todos se imaginaban que podría caer por la escalera en la Luna, pinchando su traje y ser la primera baja de un astronauta. Una cirugía exitosa le permitió finalmente volar de vuelta – en el Apollo 14, cuando dio su famoso golpe a la pelota de golf en la Luna.