por Seth Shostak, Astrónomo Señor, Instituto SETI
Comenzó como un programa de radio de la BBC. Después llegaron los libros, los discos, y un programa de TV. Inexorable e inevitablemente, la tosca Guía Baedeker para la Vía Láctea de Douglas Adams ha encontrado ahora espacio en la estantería de su video club local.
'La Guía del Autostopista para la Galaxia' no va realmente sobre cómo reservar un barato, pero limpio, hotel en el Brazo de Perseo, o cómo evitar barrios peligrosos como el centro galáctico, donde se arriesga usted a ser guisado por la radiación o desmembrado por un masivo agujero negro.
No, esta película es sobre cómo enfrentarse con la inmensidad del espacio, y hacerlo psicológicamente accesible. En el futuro cercano en el que la historia está ambientada, los lejanos lugares inexplorados de la galaxia no son tan ajenos, por decirlo de alguna manera. Lo que hay ahí fuera, esparcido entre las estrellas, es una desfasada versión de la sociedad terráquea contemporánea.
La Vía Láctea tiene un presidente (un trabajo a tiempo parcial), y los extraterrestres son mucho más prosaicos que las máquinas robóticas asesinas cubiertas de fango que Hollywood normalmente pide a la Central de Repartos. En su lugar, son porteadores jorobados llamados Vogones, con bocas que se tuercen y se arrugan como la de Charles Laughton, rellenas de dientes podridos. Los Vogones son entrometidos funcionarios que hacen que el Departamento de Vehículos a Motor local tenga buen aspecto. Su ofensa más odiosa es infligir una poesía horrible, la tercera peor de la galaxia, sobre los oyentes agonizantes. Ocasionalmente entran en modo de ataque, pero no hay que preocuparse, tienen muy mala puntería.
El espacio, en otras palabras, es reconocible, e incluso familiar. Nada de pioneros de ojos acerados y voz de barítono que empujar en sus embutidos uniformes ni de ir valientemente donde nadie ha estado antes. Un tropezón involuntario en el espacio por una persona de a pie lo hará. Imagíneselo.
La película reconoce respetuosamente los cinco gazillones de miembros del culto 'Autostopista' advirtiendo quién manda realmente en la Tierra (los pequeños roedores), y mostrando una computadora del tamaño de la Ópera de París – conocida como Pensamiento Profundo – que termina con siete millones de años de búsqueda de la respuesta para la vida, el universo, y todo. Como casi cualquiera con más de ocho años sabe, esa respuesta es 42. Lo que es destacable aquí (aparte del largo tiempo de cálculo, que sugiere una alta fragmentación del disco duro) es que la respuesta es un número entero. Si hubiera sido un número como 'dos pi', hubiera tenido un interminable tren de dígitos no repetidos, y la industria doméstica de detectives que buscan predicciones de desastres e inesperados dividendos de bolsa usando 'códigos bíblicos' podría encontrar cualquier cosa y todo en la respuesta de Pensamiento Profundo. Pero, ¿42?
El acontecimiento definitorio de la 'Guía del Autostopista' está justo delante, cuando la Tierra es eliminada para hacer sitio para un desvío hiperespacial( un bypass del hiperespacio). No hay discusión... la necesidad de un desvío es innegociable, como le dirá cualquier departamento de autopistas. Aun así, atomizar la Tierra parece excesivo. Larry King tuvo un desvío (un bypass), pero él no fue destruido. Es ese tipo de rareza arbitraria, esta carencia de racionalidad, que caracteriza la visión de Douglas Adams. El Físico Seteven Weinberg dijo que 'cuanto más comprensible parece el universo, más sin sentido parece'. Adams estuvo claramente de acuerdo. Sin sentido, pero divertido.
La 'Guía del Autostopista' no es, por supuesto, un viaje convencional en el futuro, y su estudiada carencia de idealismo está en contraste con algunos otros iconos de la opera espacial bien conocidos. 'La guerra de las Galaxias' es la religión en el espacio, completada con un héroe virtuoso y un chico malo (Darth 'el diablo me hizo hacerlo' Vader) que con el tiempo consigue la redención. Las tropas visten de blanco y negro, lo que es asequible si no sutil. Hay una orden Jedi con sus propios rituales, y, por supuesto 'La Fuerza' (música, maestro).
'Star Trek' es el programa nacional de Lyndon Johnson y su política exterior, catapultada unos cuantos miles de años luz más allá de la Casa Blanca. La tripulación es rigurosamente multicultural, y los cejudos Romulanos son figurantes de los Soviéticos. Hay una premisa aquí de que la lógica, la diplomacia, y el ocasional torpedo láser pueden dar como resultado una galaxia mejor.
Pero 'Hitchhiker' rechaza sucumbir a cualquier sutileza u optimismo. El universo, como el muy británico Adams lo vio, es de muchas formas tan familiar como los chavales del Pub Basingstoke. Pero aparte de eso, es aún brutalmente caótico, y en último término impredecible.
A mediados del siglo diecisiete, cuando se comprendió que las estrellas eran soles, y desesperadamente lejanas, Blaise Pascal se animó a escribir que 'el silencio eterno de estos espacios infinitos me aterroriza'. Si hubiera visto 'La Guía del Autostopista' no se hubiera aterrorizado. Simplemente despavorido.