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por Seth Shostak, Astrónomo Senior, SETI Institute
OK, no se equivoque: esto no es en realidad una película sobre el espacio. El Granjero Astronauta es la historia americana por antonomasia. Es cierto; es el clásico, arquetípico, consumado, perfecto mito americano, servido en un embalaje tan acolchado, que se preguntará si los actores no están vestidos con edredones.
Cuando llegas al tema de esta película, ya estás entrenado, ya que durante tu infancia, Hollywood rehogó tu tierno cerebro con el comercial género conocido como Western. ¿Y cuál era el icono del Western? Un tipo áspero, duro como el acero por fuera, y blando como gelatina caliente por dentro; un pionero de sombrero ladeado que se enfrentaba contra los tipos peligrosos y la ruda topografía al oeste del Missouri. Un hombre solitario que cabalgaría hasta la ciudad, resolvería los problemas de todo el mundo, y después se largaría de la ciudad, preferiblemente al ponerse el sol.
![]() Cartel de la película |
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Es el mito americano, el genotipo de Horatio Alger: puedes ser lo que quieras, sólo con aplicarte. Y puedes hacerlo sin – y a veces a pesar de – el gobierno.
Así que a medida que la música se desvanece en esta película, vemos a Bill Farmer cabalgando hasta la ciudad, un héroe que quiere cambiar la frontera del oeste por la última frontera. Farmer (que, a pesar de su sugerente nombre [granjero], es en realidad un ranchero) tiene un profundo y filosófico afecto por el espacio. Este incluso lo llevó hasta el programa de astronautas de la NASA, pero se rindió por que prefirió atender a su familia a asistir a la escuela de pilotos de cohetes.
Pero ahora los niños son mayores, y Farmer todavía quiere darse una vuelta alrededor del planeta. Así que en vez de hacerlo de la forma fácil y de moda – es decir, pagar a los rusos 20 millones de dólares y darse un paseo hasta la Estación Espacial Internacional – Farmer aspira a convertirse en un astronauta por su cuenta. Se imagina que puede lograr con una sola mano en un año o dos lo que lleva a decenas de miles de ingenieros de la NASA una década para conseguirlo. Es cierto: va a ensamblar un cohete en el establo del patio trasero, atarse dentro, tirar de la palanca, y ponerse a si mismo (y a diez mil piezas) en órbita. Tras una vuelta o dos alrededor del globo, encenderá los retrocohetes, y caerá en paracaídas de regreso a su rancho de Texas en una cápsula acolchada, besará a los niños, y vivirá satisfecho a partir de entonces. Que tenga un buen día.
Ahora cualquiera que tenga una idea de la complejidad de un moderno cohete encontrará risible esta premisa. Se podría postular del mismo modo que un piloto de la Marina que hubiera abandonado el programa “Top Gun” ensamblará un F-14 Tomcat en su garaje, y lo pilotara hasta el portaaviones más cercano.
Pero la viabilidad no es de lo que aquí se trata. La película es un saludo a la creciente nube de compañías espaciales comerciales – iniciativas como Scaled Composites de Burt Rutan, X-Prize de Peter Diamandis, y Blue Origin de Jeff Bezos. Ayer, si uno quería darse un paseo por el espacio, sólo tenía un tipo de proveedor: las agencias espaciales nacionales. Mañana será diferente.
La conveniencia de privatizar la industria de lanzamientos se describe a menudo con el dicho de que 'si la aviación hubiera permanecido en manos del gobierno, un vuelo desde Nueva York a San Francisco costaría 500 millones de dólares, y repostar y reequipar el avión para la vuelta llevaría tres semanas'. Por supuesto, esta sarcástica metáfora ignora las diferencias fundamentales entre la aviación y el vuelo espacial, pero atrae a la psique americana porque concuerda con El Mito. 'Déjaselo a una gran organización, y lograrás un progreso glacial a un coste inmenso'.
Es innecesario decir que simplemente no es verdad que el empresario 'lobo solitario' puede inevitablemente batir a la burocracia, aunque hay multitud de ejemplos alentadores. Consideremos a FedEx contra el Servicio Postal. O la carrera de Craig Venter contra el Gobierno de EE.UU para secuenciar el genoma humano. Nos gustan nuestros héroes iconoclastas de sombrero ladeado, incluso si su experiencia es atípica.
Pero por supuesto, es atípica. En la mayoría de los casos, es 'la organización' la que consigue que las cosas se hagan. El individualismo americano – impregnado del espíritu 'puede hacerse' y bañado de la ingenuidad yanqui – seguro que suena bien. Pero el más importante inventor de América, Thomas Edison, registró 1 093 patentes de éxito durante su vida. IBM tuvo más de tres veces ese número sólo el año pasado.
El Granjero Astronauta retrata a América de la forma en que al país le gusta pensar en sí mismo. Y aunque se pueda pensar que esto es engañoso, tiene su lado positivo. América a menudo emprende proyectos que parecen poco prácticos o incluso quijotescos, simplemente a causa de su heredada cultura de frontera. ¿Hay alguna razón para que casi todos los experimentos SETI que se llevan a cabo en el mundo (excepto una excepción) lo sean en los Estados Unidos? ¿Es por que otros países no tienen los telescopios? ¿No tienen el dinero o la experiencia? Las respuestas a estas preguntas son todas 'no'. ¿Entonces por qué es verdad?
Quizás es por la misma razón por la que El Granjero Astronauta sólo podría haberse hecho en América.