En la crujiente mañana del 21 de Junio, el avión supersónico de desarrollo privado, SpaceShipOne, se propulsó a sí mismo hacia el borde del espacio. Comenzando desde los 15,250 metros, a la nave le tomó ligeramente más de un minuto en abrir una brecha hacia la frontera final, 100 kilómetros por encima de las azafranadas arenas del desierto de Mojave en California.
El Espacio, según las reglas de este juego, comienza a los 100 kilómetros. Este es, obviamente, una definición muy arbitraria.|
Es cierto, no hay demasiado aire a esa altura – de hecho, las alas se vuelven innecesarias. Pero, nuevamente, si nos hacemos a la idea de que salir al espacio de alguna manera significa escapar del agarre maternal de la Tierra, entonces 100 kilómetros no son particularmente, el espacio. Incluso la Luna, que está 4,000 veces más lejos que esta frontera nominal, es obviamente un esclavo de nuestro planeta. Forma parte de la Tierra (y dadas las
circunstancias de su nacimiento, es también parte de ella).
También existe el asunto sobre de qué espacio estamos hablando. En el cine, uno siempre se refiere al “espacio exterior”. Esto implica, de alguna manera, de que también existe un “espacio interior” y quizá un “espacio intermedio”.
Dejando de lado estos ambiguos refinamientos, yo creo que sería razonable pretender que el espacio real comienza donde la gravedad de la Tierra deja de ser dominante: quizá a medio camino del próximo planeta, lo cual significaría que el cartel de “Entrando al Espacio” debería de colocarse a unos 21 millones de kilómetros por encima de nuestra casa.
Según esta definición, los humanos nunca han ido al espacio, aunque algunas de nuestras naves robots sí lo hayan hecho. Pero esa es mi interpretación y los hechos son de que, de acuerdo con la ley internacional, no existe un punto definido donde la atmósfera termina o dónde comienza el espacio.
Aparte de lo que ustedes piensen acerca de la localización exacta de la frontera final, para cruzarla se requiere velocidad. Como todos los jinetes de cohetes se dan cuenta, el dejar nuestro planeta requiere dejar que su cuerpo y su nave suban a velocidad de escape de manera de transportarla lejos de la fuerte fuerza de atracción de la Tierra.
Pero alcanzar la velocidad de escape no es una cosa trivial. La velocidad requerida es de 11.2 Kilómetros por segundo ó 40,225 kilómetros por hora.
Si usted se queda satisfecho con solo alcanzar una órbita terrestre baja, como lo hacen los astronautas del trasbordador, entonces los requerimientos de velocidad son más modestos: sólo 8 kilómetros por segundo. Para el SpaceShipOne, el cual subió a 100 kilómetros y después vino directamente hacia abajo, la velocidad necesaria fue de 1.6 kilómetros por segundo. Con otras palabras, por kilo de carga, los requerimientos de energía de la
SpaceShipOne fueron de solo un 4 por ciento de los del trasbordador y sólo 2 por ciento de lo necesario para llevar a un piloto a la Luna y más allá.
Esto no es para denigrar el logro de la SpaceShipOne. Por el contrario, el vuelo fue altamente significativo. Después de todo, fue una aventura privada y la nave fue diseñada y construida a una pequeña fracción del costo de un solo lanzamiento del trasbordador.
Por años, los entendidos han estado diciendo que la única manera de hacer asequible el espacio es estimulando a la iniciativa privada. Estas gentes apuntan a la historia de la aviación y están satisfechos de opinar que si el desarrollo de la aviación hubiese sido dejado en manos de una agencia del gobierno, el costo de un vuelo actual desde L. A. a Nueva York costaría algunos millones de dólares y que el tiempo necesario para rellenar de combustible y poner en buen estado al avión en el aeropuerto tomaría meses.
Es una analogía agradable, pero algunos se preguntan si sería justa.
La aviación fue parcialmente un problema de potencia, si, pero principalmente era un reto de ingeniería: cómo controlar los aviones en vuelo. Los cohetes, donde las alas no ayudan, inevitablemente requieren de una enorme y difícil cantidad de energía. Aún así, uno no puede dejar de recordar que el primer aeroplano exitoso de los hermanos Wright tenía un motor de 12 caballos de fuerza. Apenas un siglo después, un jet 747 puede alzar con una potencia de 60,000 caballos de potencia (eso es más que las hordas de Genghis Khan)
Así que quizá la sugerencia de que el SpaceShipOne es el volador de los Wright de la era espacial no está muy lejos de una realidad. Quizá efectivamente sea el comienzo de algo grande.
Ciertamente parece razonable espera que la dulce incentiva del comercio, eventualmente conducirá a un acceso al espacio más barato. Hoy día cuesta unos $5 mil por libra para colocar el hardware (o protoplasma) en una órbita baja de la Tierra. Reduzcámoslo por un factor de 10 y existirá un mercado para el lanzamiento de todo tipo de satélites especializados y económicos, por no mencionar turistas bien adinerados deseosos de observar la bola de la Tierra; o eventualmente, hasta para poner sus botas en la superficie lunar.
Todo esto es muy excitante. Pero hay otro señuelo para disminuir el costo de la transportación al espacio.
Abriría posibilidades para telescopios especializados de relativo bajo costo: por ejemplo, un instrumento de infrarrojo que pudiera investigar los vecindarios galácticos cercanos para localizar pulsos de láser de otras sociedades. Quizá hasta radio telescopios en la cara posterior de la Luna donde – aislados de la cacofonía de las transmisiones terrestres – podrían realizar exploraciones más sensitivas de señales radiadas de otros mundos.
La inevitable reacción respecto de la SpaceShipOne es la emoción por la posibilidad de llevar a los humanos, nosotros y nuestros hijos, al espacio. Aún así, esa puerta seductora puede no ser la que contenga el premio mayor. “El espacio interior” es un laboratorio, uno en el que de seguro lograremos grandes descubrimientos.
El turismo espacial es solo la cubierta de un pastel muy grande y muy importante.