El sentimiento cósmico religioso

Por el 2 de octubre de 2003 | 12:00 am

Nota del reportero: En ocasiones nos gusta presentar cosas curiosas sobre personas famosas que pueden plantear grandes interrogantes, o aportar informaciones desconocidas respecto de ellos. Esta es una de esas ocasiones.

El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir.
Albert Einstein.

El sentimiento cósmico religioso
Albert Einstein

Todo cuanto ha hecho y pensado la raza humana tiene que ver con la satisfacción de necesidades profundamente sentidas y con la mitigación del dolor. Es preciso tener esto continuamente presente si se desea comprender el significado y evolución de los movimientos espirituales.
El sentimiento y el anhelo son las fuerzas motivadoras que se esconden detrás de todo empeño y toda creación humanos, por elevada que sea la forma de que pueden revestirse. ¿Cuáles son entonces los sentimientos y necesidades que han conducido al hombre al pensamiento y a las creencias religiosas en el más amplio sentido de estas palabras? Una pequeña reflexión bastará para mostrarnos cómo el nacimiento del pensamiento y la experiencia religiosa están presididos por las más variadas emociones.

En el hombre primitivo, lo que evoca los conceptos religiosos es, sobre todo, el miedo - miedo de hambre, de fieras, de enfermedad y muerte -. Como en este estadio de la existencia la comprensión de las conexiones causales está aún muy escasamente desarrollada, la mente humana crea para sí misma seres imaginarios, más o menos análogos a sí mismo, de cuya voluntad y acciones dependan tales acontecimientos temidos. Intenta así asegurarse el favor de esos seres llevando a cabo acciones u ofreciendo sacrificios que, de acuerdo con la tradición recibida de generación en generación, consigan tenerlos propicios y bien dispuestos hacia los mortales. Me refiero, en ese sentido, a una religión fundada en el miedo. Este viene, si no creado, sí estabilizado por la formación de una casta sacerdotal especial que se erige a sí misma en mediadora entre el pueblo y los seres a quienes éste teme, estableciendo sobre esta base su propia hegemonía. En muchos casos, el líder, el gobernante, o la clase privilegiada que deriva su situación de otros factores, combina las funciones sacerdotales con su autoridad secular, a fin de asegurarse ésta de un modo más firme; o bien, los dirigentes políticos y la casta sacerdotal hacen causa común de sus respectivos intereses.

Los impulsos sociales son otra fuente de cristalización de la religión. El padre, la madre, y los dirigentes de otras formas más amplias de comunidad humana, son mortales y falibles. El deseo de sentirse amados, guiados y apoyados inclina a los hombres a formarse un concepto social o moral de Dios. Éste es el Dios providente, que protege, dispone, recompensa y castiga; el Dios que, según sean los límites de la perspectiva del creyente, ama y cuida la vida en cuanto tal; el que conforta en las penas y en los anhelos insatisfechos; el que salva a las almas de la muerte. Éste es el concepto social o moral de Dios.
Las sagradas escrituras de los judíos constituyen un ejemplo admirable de evolución que se continúa en el Nuevo Testamento. Las religiones de todos los pueblos civilizados, en especial las de los pueblos orientales, son primariamente religiones morales.

La evolución de una religión basada en el miedo a una religión moral supone un gran paso en la vida de los pueblos. Y, sin embargo, pensar que las religiones primitivas estaban totalmente basadas en el miedo y las religiones de los pueblos civilizados meramente sobre la moralidad constituye un prejuicio frente al que debemos estar en guardia. La verdad es que todas las religiones suponen, de algún modo, una mezcla variada de ambos tipos, con una diferencia: que en los niveles más elevados de la vida social, lo que predomina es la religión de la moral.

Común a todas esta concepciones religiosas es el carácter antropocéntrico de su idea de Dios. Por lo general, sólo ciertos individuos excepcionalmente dotados o algunas comunidades de una altura mental por encima de la norma consiguen elevarse de un modo considerable sobre ese nivel. Pero la experiencia religiosa se da también en un tercer nivel, presente en todas esas concepciones, si bien raramente en forma pura: Me refiero al sentimiento cósmico religioso. Resulta muy difícil explicar esta sensación a quien no la haya experimentado en absoluto, particularmente al no llevar anejo ningún concepto antropomórfico correspondiente de Dios.

El individuo siente la futilidad de los deseos y aspiraciones humanas, y percibe al mismo tiempo el orden sublime y maravilloso que se pone de manifiesto tanto en la naturaleza como en el mundo del pensamiento. La existencia individual se le impone como una especie de prisión, y ansía experimentar el universo como un todo único significativo. Los albores del sentimiento cósmico religioso se dejan ya sentir en muchos de los Salmos de David y en algunos profetas. En el budismo, según aprendimos especialmente en algunos escritos maravillosos de Schopenhauer, aparece con mucha mayor fuerza este elemento.

Los genios religiosos de todas las épocas se han distinguido por esta especie de sentimiento religioso que no conoce dogmas ni concibe a Dios a imagen y semejanza humana; y que carece por tanto de iglesia alguna que deba basar en ellos sus principales enseñanzas. Por eso, es precisamente entre los herejes de todos los tiempos entre quieres encontramos a esos hombres impregnados de esta forma suprema de sentimiento religioso, y que en muchos casos fueron considerados por sus contemporáneos como ateos, y también en otros como santos. Mirados a esta luz, hombres como Demócrito, Francisco de Asís y Spinoza son íntimamente afines entre sí.

¿Cómo puede comunicarse de una persona a otra el sentimiento cósmico religioso si no da lugar a un concepto definido de Dios ni a una concreta teología? En mi opinión, la función más importante que corresponde al arte y a la ciencia consiste en despertar y mantener vivo este sentimiento en quienes tienen capacidad de recibirlo.
Llegamos así a una concepción de la relación entre la ciencia y la religión muy diferente a la ordinaria.

Cuando abordamos históricamente este tema, nos sentimos inclinados a considerar a la ciencia y la religión como antagonistas irreconciliables, y ellos por una razón evidente. Quien está plenamente convencido del alcance universal de la ley de la causalidad no puede admitir ni por un momento la idea de que algún ser pueda interferir en el curso de los acontecimientos – con tal que, naturalmente, se tome realmente en serio la hipótesis de la causalidad -. Para él, la religión del miedo no tiene ningún sentido, ni lo tiene tampoco la religión moral o social. Le resulta inconcebible la idea de un Dios que premie o castigue, porque las acciones humanas están sencillamente determinadas por la necesidad, externa e interna, de modo que el ser humano no puede ser a los ojos de Dios más responsable que lo que puede serlo un objeto inanimado de los movimientos a que está sujeto.

Se ha acusado, por tanto, a la ciencia de socavar la moralidad, pero esa acusación es injusta. El comportamiento ético del hombre debería estar efectivamente basado en criterios de compasión, educación y lazos y necesidades seculares; no se precisa para nada una base religiosa. Mal andaría la humanidad si su único freno fuese el miedo al castigo o la esperanza de recompensa en la otra vida.

Resulta fácil entonces entender por qué las iglesias han atacado siempre a la ciencia y han perseguido a sus seguidores. Por otra parte, yo sostengo que el sentimiento cósmico religioso constituye la más fuerte y noble motivación de la investigación científica. Solamente quienes pueden percatarse del inmenso esfuerzo y, sobre todo, de la devoción que requiere trabajar como pionero en un campo científico teórico, son capaces de comprender que semejante trabajo, por alejado que pueda parecer de las realidades de la vida, sólo puede surgir de la fuerza emocional vinculada a tal sentimiento.

¡Qué profunda convicción de la racionalidad del universo, y qué ansia de comprender, aunque sólo fuera una brizna de la mente creadora que revela este mundo, debieron de tener Kepler y Newton, para hacerlos capaces de gastar años y años de solitario trabajo en el empeño de desenmarañar los principios de la mecánica celeste! A aquellos cuyo contacto con la investigación científica proviene principalmente de sus aplicaciones prácticas les resulta fácil hacerse una idea completamente falsa de la mentalidad de esos hombres que, en medio de un mundo escéptico, han sido capaces de abrir el camino a otros espíritus afines desperdigados a lo largo y ancho del mundo y de los siglos.

Sólo quien ha dedicado su vida a empeños semejantes puede hacerse una idea vívida y adecuada de lo que inspiró a tales hombres y les proporcionó la fuerza necesaria para permanecer fieles a su propósito a pesar de incontables fracasos. Lo que proporciona a un hombre esa fuerza es el sentimiento cósmico religioso. Un contemporáneo nuestro ha dicho, no sin razón, que en esta era materialista en que vivimos, los únicos seres profundamente religiosos son quienes trabajan con la máxima seriedad.

Artículo preparado por Alshain, asiduo participante de nuestros foros y a quien le agradecemos sus múltiples ocasiones de ayuda en varios artículos - con muchos términos científicos que para él, son el pan nuestro de cada día. Este escrito fue elaborado por él, tras la lectura de un libro sobre “Cuestiones Cuánticas”. Gracias

Artículo de - – -
Aportación de Liberto

http://www.geocities.com/alschairn/einstein/einstein.htm

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