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La Gran Tormenta de Meteoros Leónidas de 1833

Publicado por Susana Lázaro Cabello | 08/12/2024
Samuel Rogers, el tátara tatarabuelo de un lector,fue un predicador viajero a principios del siglo XIX. Sus hazañas han sido narradas en su autobiografía. Rogers se encontraba en Virginia en 1833 cuando la Gran Lluvia de Meteoros Leónidas tuvo lugar.
#1#22 de junio de 1999: Una de las más grandes tormentas de meteoros que se hayan observado tuvo lugar hace aproximadamente 166 años en el este de los Estados Unidos. Durante las cuatro horas anteriores al amanecer del día 13 de noviembre de 1833, el cielo se iluminó con miles de estrellas fugaces por minuto. Los periódicos de la época revelan que casi nadie estaba al corriente del acontecimiento. Si no hubieran sido alertados por los gritos de los excitados vecinos, hubieran sido despertados por los fogonazos de luz producidos en la oscuridad de los dormitorios por las bolas de fuego. [Mas información acerca de la historia de los meteoros Leonidas: ref1, ref2]. La gran exhibición de estrellas fugaces fue ocasionada por fragmentos del cometa Tempel-Tuttle, que había regresado recientemente al sistema solar en su viaje alrededor del sol de 33 años. La tormenta marcó el descubrimiento de la lluvia de meteoros anuales Leonidas y su reconocimiento como el nacimiento de la moderna astronomía de meteoros. Samuel Rogers, el tátara tatarabuelo del lector de Ciencia@Nasa Neil A. Stomun fue un predicador viajero a principios del siglo XIX. Sus hazañas han sido narradas en la autobiografía “Los trabajos y las luchas de los viejos tiempos”, publicada por la Standard Publishing Company en 1880. Rogers se encontraba en Antioquia, Virginia en 1833 cuando la Gran Lluvia de Meteoros Leónidas tuvo lugar, y escribió este encantador relato sobre el histórico evento. Relato de primera mano de la lluvia de meteoros de 1833 Por el Anciano Samuel Rogers Acababa de vender mi pequeña granja en el vecindario de Antioquia y me estaba deshaciendo de las cosas que no podría llevar conmigo, era el día 13 de noviembre de 1833, yo estaba preparado para comenzar el viaje hacia nuestro nuevo hogar en el Oeste. En la tarde del día doce, muchos de nuestros amigos vinieron a despedirse de nosotros, y permanecieron hasta bastante tarde, cuando, después de una oración, la mayoría de ellos regresaron a sus hogares, unos pocos se quedaron para despedirnos por la mañana. Descansamos poco esa noche, antes de las tres de la madrugada, salimos todos de nuestro descanso, para realizar los preparativos para partir temprano. Alguien, mirando a través de la ventana, observó que había casi plena luz del día. “No puede ser”, respondió otro, “Son apenas las tres de la madrugada”. “No puedo ignorar lo que marca el reloj”, replicó el primero, “pero mis ojos no me engañan, hay casi plena luz del día, comprobadlo vosotros mismos”. Después de este incidente, alguien se dirigió a la puerta con el propósito de zanjar la cuestión. Afortunadamente, el cielo estaba despejado sin nubes, por lo que de un vistazo, todo se aclaró. Escuché a uno de los niños gritar, con voz de alarma:”Venga a la puerta, padre, está llegando el fin del mundo”. Otro exclamó: “¡Mirad! El cielo está en llamas, Las estrellas se están cayendo”. Los gritos nos atrajeron al jardín, para contemplar la más grandiosa y hermosa escena que jamás han contemplado mis ojos. Parecía como si las estrellas hubieran abandonado su lugar y siendo despedidas en dirección oeste, dejando tras de si una estela de luz que permanecía visible durante varios segundos. Alguna de estas estrellas errantes parecía tan grande como la luna, o casi tanto, y en algunos casos aparecían muy rápidamente destellos atravesando la dirección que llevaban el cuerpo principal de meteoros, dejando tras de si una luz azulada, que concluía en una delgada nube no diferente al humo del tabaco en pipa. Algunos de los meteoros eran tan brillantes que fueron visibles bien entrado el día. Imagina grandes copos de nieve cayendo sobe tu cabeza, tan cerca que puedes distinguir unos de otros, y tan gruesos que casi pueden oscurecer el cielo; luego imagina que cada copo de nieve es un meteoro, dejando una estela como un pequeño cometa; meteoros de todos los tamaños, desde una gota de agua a una gran estrella, con el tamaño de la luna llena en apariencia: y podrás hacerte una idea de la fabulosa escena. Se recuerda que, en los Estados del Oeste, hasta ese día entre la gente no estaban muy extendidos los conocimientos acerca de la meteorología. Ningún libro de texto podía dar una explicación racional sobre el fabuloso fenómeno; así que no era extraño que se extendiera la alarma sobre las también llamadas “estrellas fugaces”. Algunos pensaron realmente que el Día del Juicio Final había llegado, y cayeron de rodillas haciendo penitencia, confesando todos los pecados de su vida, y pidiendo perdón a Dios. En nuestro viaje nosotros escuchamos relatos acerca de la “caída de las estrellas”. Se hicieron todo tipo de especulaciones por todo tipo de personas a lo largo de nuestro camino, muy pocas de las cuales era juiciosas. La mayoría pensó que era una prueba del disgusto de Dios, y creían que todo tipo de calamidades vendrían a continuación. Había quienes creían que el Juicio Final estaba cerca y se hacían responsables de demostrar a través de las Sagradas Escrituras que era una de las señales de la venida del Hijo del Hombre. Una anciana insistía en la declaración de que sin duda había sido “enviada una señal”. Las manifestaciones realizadas por personas con sentido común a menudo fueron erróneas. Algunos hombres declararon haber visto grandes bolas de fuego dentro del agua, y haber escuchados siseos, como los que produce el hierro candente al introducirlo en líquido. Otros creían haber visto grandes bolas de fuego ardiendo sobre las copas de los árboles. De esto podemos aprender que cuando las personas están conmocionadas, sus testimonios deben ser considerados con precaución. Oí de alguien que se convirtió a la religión bajo la influencia de esas luces. Ese día, para el pecador con la convicción de poder decir que habían visto una luz, hubiera oído una voz o no, constituyó un pasaporte para casi cualquier iglesia en la tierra. Supongo que los efectos producidos por esos meteoros fue como su aparición—de muy corta duración. Yo no tengo fe en ningún arrepentimiento venido de cosas sin sentido. El evangelio es el único camino de Dios hacia la Salvación. El amor a Dios y aborrecer el pecado, es el único camino permanente en la vida del hombre, y nada pasajero puede producir efectos permanentes.
http://science.nasa.gov/newhome/headlines/ast22jun99_2.htm

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